Blog de fotografía artística y microliteratura. Pequeñas historias que toman como protagonistas a las imágenes que las inspiran. Nuestro universo particular visto a través de la pupila y de la imaginación.
martes, 23 de diciembre de 2014
lunes, 1 de diciembre de 2014
MÁS TRENES QUE MADRUGADAS
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Fotografía: Fran Gala @erfran72 |
Acabo de ver pasar mi tren. O tal vez no haya sido en este
mismo instante. Quizás haga ya un siglo desde que partió. No lo tengo claro
porque no puse atención a su marcha cuando debí hacerlo.
Desde que lo vi salir vivo sumergido en una desorientación
temporal. No sé cuándo es hoy, si mañana ya ha llegado, si el futuro existe o
si simplemente me mantengo absorto en una ensoñación que me obliga a seguir
adelante.
Siento miedo al intentar calcular cuánto tiempo hace que
dejé partir el vagón al que sólo subió el que yo creía mi destino. Sólo
recuerdo que su paso me sorprendió mirando embobado hacia otro lado. Y allí me
quedé, anclado en al andén, sin capacidad de reacción. Desde entonces
permanezco sentado en el banco de la estación. Creo que hace mucho tiempo de
aquello porque me han crecido la barba, las uñas y la pena.
Me levanto con movimientos pesados y salto del apeadero a
las vías con algo de dificultad. Me arrodillo frente a ellas. Ladeo la cabeza,
la apoyo en uno de los travesaños e intento adivinar si se aproxima un tren
nuevo. Los hierros incandescentes me marcan la mejilla para siempre. El dolor
hace que, en un acto reflejo, me lleve la mano a la cara intentando adivinar el
alcance de esa nueva cicatriz. Tengo la cara en carne viva y lo único que me
arde es el pecho.
Tras explorar los estragos en mi rostro miro el mapa que
conforman las palmas de mis manos. Por dejar pasar mi tren se me ha desdibujado
hasta la línea de la vida. Por dejarlo ir, todas las fotografías que tomo desde
la estación salen desenfocadas y en color sepia.
Benito, que lleva más de tres décadas de guardagujas, me
dice al verme allí día tras día que no debería preocuparme. Que hay más trenes
que madrugadas. Creo que haré caso de sus consejos. Al fin y al cabo no hay
nadie en el pueblo que entienda más de asuntos ferroviarios que él.
Texto: Rosa Muro @pink_wall
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lunes, 24 de noviembre de 2014
NO ME ESPERES
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Fotografía: Fran Gala @erfran72 |
No me esperes. No te recrees en los
lodos del recuerdo de mis arrepentimientos. Ya no soy constante. Ni tan
siquiera mantengo un atisbo de linealidad. Te empeñas en que volveré, negándote
a aceptar que la constancia es, por fin, la más invisible de mis virtudes. No
voy a regresar a ti.
No me esperes. No te marques días
señalados ni lugares especiales. Deja ya de celebrar aniversarios, primeras
veces y últimos abrazos. No pongas flores frescas en el jarrón ni me invoques
en tu almohada para acariciarme el pelo. Ya es tarde.
No fabules. No sueñes con que un día
me giraré buscándote entre el gentío, me arrancaré el corazón y te lo entregaré
sin reservas de nuevo. No imagines que me abandonaré entre tus brazos
otorgándote el perdón. Porque he crecido más allá de las nubes y no tengo
intención de descender. Porque ya no soy quien era.
No me esperes. No me pienses en
nuestro rincón favorito del jardín. No creas que llorarme allí a medianoche va
a provocar cambio alguno. Me hiciste sentir la letra pequeña al final del
contrato. Rescindo nuestra unión y te absuelvo de cualquier pecado.
Si acaso guarda una pizca de
esperanza, la mínima posible. Pero no me esperes. Me mantengo
al margen de la ley de lo esperado abriendo ojos propios y callando bocas
ajenas. Mis decisiones ya no
consienten la marcha atrás. Ahora marco mis propias reglas.
Ahora me quiero.
Texto: Rosa Muro @pink_wall
lunes, 17 de noviembre de 2014
LA SONRISA CONGELADA
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Fotografía: Fran Gala @erfran72 |
Lucía una piel perfecta, bronceada en su justa medida y los ojos rasgados enmarcados por pestañas infinitas. Tenía un cabello largo y ondulado con reflejos dorados impecables y unas piernas eternas que hacían suspirar a quienes en secreto soñaban con ella. Se aparecía etérea a ojos de quienes la miraban. Se esforzaba hasta el agotamiento para proyectar esa imagen.
Sentía un rechazo carente de lógica hacia la sencillez.
Pensaba que al presentarse ante los demás sin artificios sus defectos se
tornarían evidencias. Creía firmemente que al adornar su aspecto y su actitud
conseguía disfrazar inseguridades y miedos.
Pasaba horas enteras frente al espejo buscando imperfecciones
que sólo vivían en su imaginación. Se preocupaba por arrugas todavía
inexistentes y olvidaba que el surco que formaba su sonrisa poseía más atractivo que cualquier lápiz de
labios de precio inconfesable. Su propio reflejo sólo le devolvía una sonrisa
congelada.
Llenaba de barroquismo sentimental el gran vacío que se
negaba a admitir que sentía. Cuanto más retorcidas eran sus relaciones más se
aferraba a ellas. Su mala suerte crecía en la misma proporción en que
maquillaba su vida. Tuvieron que esfumarse su belleza, su juventud y el marido
millonario con quien se casó pese a que no le hacía feliz. Tuvo que perderlo
todo para encontrarlo todo.
Una noche, al saberse sola, sin un céntimo y con la piel
ajada, se sentó frente al tocador. Comenzaron a brotar todas las lágrimas que
no se había permitido derramar en el pasado. Su rostro se escondía tras capas
de maquillaje que habían formado una máscara aparentemente imborrable con
el paso del tiempo. El llanto arrastró
toda aquella pintura de guerra. Para su sorpresa ante ella se mostró un rostro
sereno, surcado de pliegues, pero todavía hermoso.
Se le abrieron los ojos ya limpios
hasta vislumbrar la clave. Había librado una gran batalla contra la visión que
de sí misma tenían los demás. Una imagen enferma, distorsionada, que la
mantenía confundida y la convertía en pobre de espíritu. Le había costado más de siete décadas llegar a
una conclusión tan simple como certera: En la sencillez reside la belleza.
Texto: Rosa Muro @pink_wall
lunes, 3 de noviembre de 2014
INVISIBLES
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Fotografía: Fran Gala @erfran72 |
El amanecer despierta desesperanzado de nosotros. El alba ya
no le echa ganas al mundo. Hace tiempo que no nos tiene fe. Los rayos de sol
nos persiguen intentando acariciarnos la piel y casi siempre se quedan a las
puertas de lograr templarnos. Nuestra prisa les esquiva y acaban finalmente
dándose por vencidos. Se dan media vuelta cabizbajos y con los hombros
encogidos. Nos dejan por imposibles, con la tez cetrina, sin brillo y la mirada
opaca de sueños.
Corremos. Corremos intentando llegar a lugares que sabemos
inalcanzables de antemano. Tenemos la certeza de que la perfección que
anhelamos no existe. Y a sabiendas de todo esto nos aferramos a esa quimera.
Nuestro afán nos envuelve en una necedad ciega que ni siquiera nos molesta. Rozamos
los límites de la ridiculez y nos convertimos en seres absurdos y patéticos.
Escalamos cimas sin pararnos en los miradores a apreciar el
paisaje. Empujamos a la cuneta a quienes creemos que nos puedan adelantar en la
subida. Llegamos incluso a pisotear los cuerpos sin vida de quienes se quedaron en el
camino. Intentamos conquistar el fin del mundo cuando tan siquiera sabemos
apreciar el regalo que supone el inicio de un nuevo día.
Vivimos tan acelerados que nuestra esencia se desintegra. Nos
acabamos desdibujando. No olemos, no sentimos, no palpamos. Perdemos la
capacidad de ver a los demás. Nuestro propio reflejo se pierde. Somos
invisibles.
Menos mal que la naturaleza, pese a su desesperanza hacia
nosotros, es generosa y no se rinde. Nos sigue dando el voto de confianza que no
deberíamos merecer. Por eso cada mañana vuelven los rayos de sol que parecían
vencidos para darnos una nueva oportunidad. Quizás deberíamos probar a
permanecer inmóviles y dejarnos templar.
Texto: Rosa Muro @pink_wall
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lunes, 20 de octubre de 2014
CUANDO NO ESTÉS
Fotografía: Fran Gala @erfran72 |
Cuando no estés el resto del
mundo sólo me mirará y ni siquiera alcanzará a verme. Me convertiré en
espejismo etéreo de lo que fuimos. Mi colchón entrará en fase lunar creciente, se hará inmensidad.
Sus extremos se desdibujarán y su ancho no tendrá fin.
Cuando no estés la Tierra ya no
girará bajo mis pies. Permanceré inmóvil en mi órbita de dos. El tiempo se
parará porque tú ya no volteas nuestros relojes de arena. Se me deshilachará el
ribete de todas las faldas que me cosiste a besos. No habrá hilo en el mundo
que los pueda rehacer.
Cuando no estés el mar me salpicará
los ojos. La sal me nublará la vista y te lloraré con la sonrisa empapada en
salitre y los pies mojados y vivos. Mis heridas se abrirán desgarradas y la sal
escocerá como nunca. De todos mis dolores el tuyo será el mas dulce.
Cuando no estés se desatarán
todas las tormentas antes jamás nacidas. Un rayo atronador me alcanzará el
corazón de lleno. Y nunca más mis latidos volverán a acompasar.
¡Qué gran suerte la mía, amor!
Porque siempre vas a estar.
Para N.
Te quiero.
Texto: Rosa Muro @pink_wall
lunes, 13 de octubre de 2014
ESTRELLA
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Fotografía: Fran Gala @erfran72 |
La hermana Sofía siempre me decía que me auguraba un futuro
con estrella. Le gustaba hacer aquel juego tonto de palabras con mi nombre. Cada
mañana, al entrar al dormitorio para despertarnos, cantaba. Aquel canturreo es
uno de los recuerdos más dulces de mi infancia en el orfanato.
Los domingos de visita siempre vestías un abrigo color burdeos.
Olías a hierbabuena y a jabón de Marsella. Me abalanzaba sobre ti y me hacía un
ovillo en tu regazo sin darte tiempo a desprenderte de aquel gabán viejo y
deslucido. Tenías aspecto cansado, pero a mí me parecías la madre más bella del
mundo. Salíamos del convento y paseábamos hasta el banco que había bajo el
puente. Allí pásabamos horas y horas de risas y confidencias.
Empecé a apuntar tus faltas a nuestra cita semanal en una
libreta de música. Por cada ausencia tuya yo dibujaba una corchea negra en el
pentagrama. Cuando se agotaron todas las hojas no quise comprar otro
cuadernillo más. Compuse una sinfonía
completa, triste y sin sentido.
La hermana Sofía me acariciaba el pelo mientras repetía una
y otra vez: -Un futuro con estrella, niña.-
Yo sonreía a la monja, le besaba en la mejilla, consciente
de su incipiente demencia y la dejaba en su mundo para regresar al mío, al crudo,
al real. Pobrecita. Lloraba en silencio cuando llegó el momento de salir de
allí y empezar a volar sola. Aquel día,
sorprendemente, recordaba mi nombre. Me gritaba: -¡Estrella!- y agitaba la mano
sonriendo mientras las lágrimas le surcaban las mejillas.
Encontré tu carta una mañana de hierba escarchada,
revolviendo en el fondo de un armario.
Apareció el cuadernillo de música y la carta dentro de él. Me senté en
la escalera del porche, estupefacta, al
ver tu nombre en el remite. Me temblaban las manos. No la pude abrir. No allí. Me
vestí con ropa cómoda y me encaminé hacia nuestro banco, bajo el puente, frente
al río. Me senté y la leí.
Querida Estrella:
Te llevo en mi pensamiento cada segundo, cada latido. Mi
vida en prisión es llevadera, no te preocupes por mí. El mayor dolor de mi
corazón fue no poder darte un abrazo y explicarte qué iba a pasar antes de
ingresar aquí. Pedí a Sor Sofía que lo hiciese en mi nombre y que te entregase
estas letras. Confío en que lo hizo así. Volveremos a estar juntas. Te lo juro.
En cuanto salga de aquí iré a buscarte. Y no volveremos a separarnos jamás. Te
doy mi palabra.
Te quiere
Mamá.
La carta estaba fechada quince años atrás. Hacía ya siete
que yo había inciado mi vida de adulta, al cumplir la mayoría de edad. Y tan sólo
unos meses desde que el Alzheimer se había llevado a Sor Sofía.
Guardo la carta dentro de mi libreta, empapada de aquella
sinfonía triste y gris. Es lo único que me queda de ti. No cumpliste tu palabra. No has venido a buscarme.
Ni siquiera sé si quiero conocer el motivo. Al menos tengo la certeza de que la
hermana tenía razón. Tengo estrella. Una estrella grande y brillante que me acaricia el
pelo desde el cielo y me sonríe agitando la mano mientras canturrea con
suavidad para despertarme cada mañana.
Texto: Rosa Muro @pink_wall
lunes, 22 de septiembre de 2014
LA DULCE LYDIA
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Fotografía: Fran Gala @erfran72 |
El olor a humedad de la moqueta sucia del hotel se le había
quedado incrustado tras las cuencas de los ojos. Resultaba nauseabundo. Le
recordaba vagamente a la primera vez que se acostó en el catre de su celda y se
tapó con aquella manta raída y desgastada. Encendió un cigarro e inhaló con
fuerza intentando enmascarar aquel recuerdo.
Las cortinas de la habitación amarilleaban por las esquinas
y había agujeros de pequeñas quemaduras a través de los que se colaba la luz de
la calle. Se imaginó a algún otro individuo taciturno, como él, espiando desde
aquella ventana mientras fumaba. Quedaba claro que no era él quien primero lo hacía.
Llevaba allí tres días encerrado, sobreviviendo a base de
cerveza caliente y pizza fría. Manjar de dioses si lo comparaba con los últimos
cuatro años de encierro. Cada vez que bajaba al comedor, durante aquellos
interminables meses, cerraba los ojos delante del plato e imaginaba que se
trataba de una de las deliciosas recetas de su dulce Lydia. Sólo así conseguía
tragarse sin vomitar aquella bazofia a la que el malnacido del alcaide llamaba comida.
El segundo día en prisión conoció a Marcelo. Nueve años y un
día por intento de homicidio. La ascendencia italiana de ambos les convirtió en
reclusos inseparables. Le acogió bajo su protección con el beneplácito de Don
Luiggi, uno de los caciques del módulo, después de que éste último decidiera que
el preso nuevo le caía bien. El día que a Marcelo le concedieron la libertad se
sintió huérfano como un niño. Le hizo jurar que cuidaría de Lydia hasta que a
él le soltaran. De aquello hacía 7 meses.
El sonido de un claxon en el exterior le devolvió al presente. Se dio cuenta de que, en su retraimiento, el cigarro se le
había consumido entre los dedos. Encendió otro pitillo, lanzó el mechero sobre
la cama, echó un vistazo rápido a su reloj de bolsillo y volvió a mirar de
soslayo por la ventana. Allí estaba él: Marcelo, al que consideraba como su
hermano, apostado junto a una farola.
Había llegado el momento. Se acercó al armario, sacó un arma y comprobó que estaba
cargada. Retiró el seguro. Apagó el cigarrillo en la moqueta. El olor a moho y
a traición le envolvieron por completo revolviéndole el estómago. Respiró
hondo, abrió el ventanal, se apoyó en el alféizar apuntando hacia la farola y
esperó pacientemente a que, en cualquier momento, su dulce Lydia apareciese a
la vuelta de la esquina.
Texto; Rosa Muro @pink_wall
lunes, 15 de septiembre de 2014
¿ME LLEVAS A VER EL MAR?
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Fotografía: Fran Gala @erfran72 |
-¿Me llevas a ver el mar?
Cada verano la misma pregunta. Cada verano desde aquel
fatídico junio que ensombreció el futuro de los dos. Él nunca contestaba a la
pregunta. Se mantenía callado al otro lado del teléfono, sintiendo la
desesperación de quien escuchaba al otro lado de la línea. Aquel tono dulce con
el que ella preguntaba, aquellos tintes de súplica que le desesperaban.
En cada una de aquellas conversaciones clandestinas,
escondidos en armarios y cerrando puertas para no ser escuchados por oídos
insidiosos, siempre terminaban hablando de lo mismo. Él era consciente de que
aquel era su sueño, su anhelo desde pequeña. Desde que todo se truncó por su
culpa. Y por esa razón decidió que debía esforzarse y organizarlo todo. Se lo
debía.
Lo planificó durante noches enteras, porque era al caer el
sol cuando la lucidez le aclaraba la mente. El mayor de sus problemas eran sus
padres. Los de ambos. Ninguno de ellos lo permitiría jamás. Les habían obligado
desde niños a cambiar de acera cuando se cruzaban en el pueblo. Les habían prohibido
hablar, bajar la mirada incluso. En la iglesia, en la escuela, en algún encuentro
fortuito a la vuelta de cualquier esquina. La enemistad enquistada entre
familias desde lo sucedido pretendía truncar lo que sentían. Pero los demás no
entendían que lo suyo era algo imparable.
Si accedía a los deseos de ella tal vez fuese lo último que
hiciese en la vida. Pero prefería no pensar en eso. Además, el sacrificio
valdría la pena. Desoyendo a todo el mundo puso en marcha su plan. La fue a
buscar una noche templada de San Juan. Ella esperaba tranquila, apostada tras
el portalón del patio. Se montaron en el
coche y pusieron rumbo a la costa.
Atravesaron la península y después de varias horas de viaje
y cansancio llegaron a su destino. Se apearon y atravesaron dunas recibiendo el
viento en la cara. Ella, con pasos temblorosos, él, agarrando su mano para no
dejarla caer.
Al llegar a la orilla del mar y con los pies sumergidos
entre la espuma ella le preguntó: -¿Cómo es? Apenas lo recuerdo. ¿Es bonito?-
Él la miró con los
ojos inundados en lágrimas contenidas durante todos aquellos años y le respondió: -Sí, es bonito. Es azul. Como
tus ojos.-
La joven mantuvo la mirada perdida, como siempre, aspirando
el olor a salitre, sonriendo. Él continúo llorando, en silencio, mientras
recordaba aquel fatídico día de junio en el que un inocente juego de niños le
privó a ella de tan grandiosa visión.
¡Queridos pupileros!
Ya estamos de vuelta tras nuestro descanso estival. Si estáis leyendo esto no nos queda más que agradecer vuestra fidelidad y paciencia al esperarnos. Ojalá está nueva temporada que comenzamos consigamos crecer en la medida en la que os merecéis todos los que nos seguís. Deseamos que vuestro verano haya resultado tan placentero como el nuestro. Nos seguimos viendo y leyendo por aquí. Y recordad... ¡mantened las pupilas bien abiertas!
Besos y abrazos para todos.
Rosa y Fran.
miércoles, 2 de julio de 2014
UN LIBRO DE SONRISAS (descarga gratuita)
Portada del e-book disponible en BUBOK. Descárgalo gratis pinchando AQUÍ |
¡Hola pupiler@s!
Hacemos un pequeño parón en nuestro recién estrenado descanso estival para contaros algo que no os podéis perder, porque seguro que os va a gustar mucho. Si os interesa la psicología, el coaching, el pensamiento positivo, el buen rollo vital... si os gusta sonreír y que os sonrían, atentos.
Rut Roncal, Gerente en Cegos, e Iñaki González,
técnico de RRHH en FHC y CTO de Osenseis, son dos grandes amigos de esta casa. Ambos publican todos los primeros
martes de mes en sus respectivos blogs una entrada colaborativa (#a4manos) con la excusa de una fotografía en común y con el objetivo de buscarle el lado positivo a las cosas de la vida.
El mes pasado decidieron abrir el reto a todos aquellos blogueros que quisieran adherirse voluntariamente en torno a la foto seleccionada. Desde La Pupila Imantada también nos animamos a participar en su momento, como muchos recordaréis, con un post que escribió Rosa Muro y que podéis leer AQUÍ
Más de 40 blogs asumieron el reto y el resultado es una recopilación de entradas maravillosas que estamos seguros de que arrancarán las sonrisas de todos aquellos que se animen a leerlas. Rut e Iñaki han tenido la genial idea de reunirlas todas en un e-book que podéis conseguir de forma gratuita en BUBOK.
DESCARGA GRATUITA:
¡Gracias chicos por el trabajo que os habéis tomado! Estamos felices de formar parte de un proyecto tan satisfactorio. ¡El resultado es increíble!
¡Animaos a echarle un vistazo y dejadnos vuestros comentarios, pupiler@s! ¡Feliz verano!
Rosa y Fran
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verano
lunes, 30 de junio de 2014
DE BICICLETAS Y BRISAS
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Fotografía: Fran Gala @erfran72 |
El sol ha desplegado toda su luz. Al fin. El verano ha comenzado. Abrid las ventanas de par en par, atesorad la brisa de la tarde y aferraos a los rayos que amanecen y que alimentan las almas. Rescatad las viejas bicis del trastero, pasead con ellas entre alamedas y silbidos y dejaos llevar cuesta abajo, con el viento pegado a la cara y la melena revuelta a gritos por la inercia de la alegría.
Echamos el cierre una temporada.. Toca descansar de letras, zooms y objetivos. Un descanso pequeñito. El tiempo justo para que podáis ir guardando imágenes e historias en una cajita, junto con las conchas y caracolas de la orilla de la vida. Así, cuando volvamos, abriremos todas esas cajitas y disfrutaremos como niños descubriendo su contenido.
Quedamos en septiembre para que nos mostréis las marcas que durante este par de meses os ha dejado el sol sobre los hombros, la brisa en las mejillas y la grava en las rodillas. Que esta breve ausencia no nos borre del mapa de vuestras pupilas.
Nos vemos, nos sentimos, nos leemos.
¡Feliz verano pupiler@s!
¡Gracias siempre, GRACIAS!
Rosa y Fran
Texto: Rosa Muro @pink_wall
lunes, 23 de junio de 2014
EL AMIGO DE NICO
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Fotografía: Norberto Santos @norbertosl |
Queridos pupileros:
Como muchos sabréis nuestro blog tiene alma mitad sevillana mitad pamplonica. Es por eso que ya nos encontramos calentando motores para disfrutar de los festejos en honor a San Fermín. Esta semana queremos compartir con vosotros un pequeño relato con el que hemos participado en el IV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín, en el que se nos retaba a contar algún aspecto de las fiestas en tan sólo 204 palabras. Seguro que muchos de los que nos leéis desde Navarra os veréis reflejados en nuestro personaje. Esperamos que disfrutéis tanto leyéndolo como nosotros escribiéndolo. No ha habido suerte en el concurso, pero ya estamos con las pupilas bien abiertas en busca de ideas para la convocatoria del año que viene.
Os animamos a dejarnos un comentario sobre vuestra experiencia en los Sanfermines si es que habéis tenido la suerte de poder vivirlos en directo. Ahí va nuestra historia:
Corrió despavorido intentando
escapar del cabezudo con cara de vinagre. Atravesó la plaza entre el gentío, ensordecido
por el sonido de las charangas, buscando un escondite. Al ver el portalón entró
sin pensar. El silencio le paralizó un instante, pero enseguida decidió que
aquel lugar le gustaba.
Se acercó a un banco y se sentó. El
tintineo de las velas le tuvo entretenido un rato. Entonces le vió. Tenía la tez
morena, sonrisa cercana y mirada chispeante. Le guiñó un ojo. A él le dio la
risa y se tapó la boca intentando ocultar que le faltaba un diente.
- Hola Nico. Hacía mucho que no venías por aquí.
Abrió los ojos como platos al
escuchar su nombre. Se puso tan nervioso que le entraron ganas de hacer pipí.
- No temas, pequeño. Tus padres vinieron a verme cuando
naciste. Es normal que no me recuerdes.
Nico se puso colorado, balbuceó
algo y salió corriendo atolondradamente empujando a su paso un atril que cayó al
suelo con estruendo. El moreno soltó una carcajada.
Se abrió de nuevo la puerta de la iglesia y
entró un grupo de turistas. Él se ajustó la mitra y recompuso el gesto estático.
Pero sus ojos divertidos continuaban chispeando.
Texto: Rosa Muro @pink_wall
lunes, 16 de junio de 2014
COSAS QUE YA SABES PERO QUE ME GUSTA RECORDARTE, AMOR
Fotografía: Fran Gala @erfran72 |
Amarte es
caminar con pies de alivio sobre arena ardida.
Amarte es respirar
con ansia ese viento que sé que me envidia.
Amarte es
contar las horas en fracciones de desliz sin freno.
Amarte es reírme
por fin de penurias, soledad y miedo.
Amarte es
descubrir que hay noches claras dentro de los días.
Amarte es saber
inventar manantiales entre dunas frías.
Amarte es
compartir el pozo de deseos que no acaban nunca.
Amarte es abrigar
tu piel hasta que la mañana despunta.
Amarte es no
saber callar a mi cuerpo que te llama a gritos.
Amarte y al
fin anhelar que tú anheles mi desvarío.
Texto: Rosa Muro @pink_wall
lunes, 9 de junio de 2014
UN DÍA DE FIESTA
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Fotografía: Fran Gala @erfran72 |
¡Saludos, pupiler@s!
Esta semana continuamos con nuestras colaboraciones mensuales de otros escritores diferentes de Rosa Muro (@pink_wall). Esta vez le hemos hecho llegar una de las fotografías de Fran Gala a nuestro amigo Ricardo García para que inventara una historia cuyo resultado nos ha enganchado de principo a fin. Como comprobaréis, es más larga de lo habitual, pero nos ha gustado tanto que pensamos que no le sobra ni una coma. Esperamos que el resultado os agrade tanto como a nosotros. ¡Gracias Ricardo! Estamos seguros de que vais a disfrutar de su pericia con las palabras, su imaginación y su creatividad. Si os quedáis con ganas de más podéis leerle en netbookk, un rincón maravilloso cargado de sugerente sensualidad.Os dejamos ya con su relato:
- – Ya se acercan, papá – me dice
Pablo, bajando rápido de la silla y asomándose a la puerta.
Al fondo de la
calle ya se pueden escuchar los tambores y empiezan a verse los primeros
gigantes y cabezudos. El desfile está a punto de llegar a la puerta del Bar de
Manolo, porque para mí siempre será así, por mucho que quien esté ahora detrás
de la barra haya venido de muy al este, tenga los ojos rasgados y casi no sepa
hablar nuestro idioma.
-
– ¿Cuánto es? – le pregunto al
camarero.
-
– Un eulo – me contesta, con
ese acento particular, y sonriendo tan amable como siempre.
-
– Aquí tiene. Gracias – me
despido con una media sonrisa, dejando una pequeña propina.
Y aunque no podría jurar que fuesen los mismos, al fin y al cabo,
es gracias a ellos por lo que puedo estar ahora de nuevo en mi ciudad, a la que
no había vuelto desde hacía muchos años…
-
– Vamos Papá, que ya llegan –
me recuerda Pablo estirándome nervioso de la manga. Excitado ante la
posibilidad de ver, por fin, a los
Gigantes y Cabezudos de los que tantas veces me ha oído hablar.
Hoy es el día
grande de las Fiestas Patronales, que empezaron ayer y acabarán mañana. Pero en
ocasiones, si el calendario lo permite, la ciudad se contagia de la alegría de
la incipiente primavera y empalma uno detrás de otro hasta cinco días de fiesta
en los que le dice adiós al riguroso invierno de estas tierras para recibir con
fiestas, pasacalles y mucha alegría, a las flores, al sol y a la nueva cosecha,
símbolo de prosperidad.
Esos días de
fiesta de hace unos cuantos años, fueron mi punto de inflexión, el momento, la
oportunidad que aproveché, desesperado, para acabar con una temporada aciaga de
mi vida que había comenzado cuando cerraron la fábrica para recalificar los
terrenos y tuve que empezar a aceptar trabajos por cuatro duros. Mientras hubo
obras en marcha la cosa fue medio bien, me apañaba con la paleta y sabía de
electricidad, pero llegó la maldita crisis y las cosas se torcieron aún mas.
Maria enfermó y su enfermedad no solo se llevó la alegría de la casa, sino que
consumió buena parte de los ahorros que habíamos podido reunir durante tantos
años de esfuerzo. Al final tuvimos que malvenderlo todo a estafadores y
usureros que aparecieron por allí oliendo la carroña, como un tal López, que
enseguida se hizo muy amigo del alcalde. Juntos, querían echarnos de nuestra
casa porque al recalificar unos terrenos cercanos, la Ley nos obligaban a pagar
las obras de urbanización a los vecinos y muchos de nosotros no podíamos
hacerlo. El banco, junto con López y el alcalde, habían planeado la jugada para
hacerse con todo y construir una urbanización de lujo.
Pero justo
cuando estaba más desesperado, un pequeño golpe de suerte hizo que me saliera
un trabajo en el banco para arreglar los baños y hacer algunas chapucillas en
la sucursal. Como querían gastarse poco dinero, acepté trabajar en negro, los
fines de semana y por las tardes. No tuvieron más remedio que dejarme ver los
planos ya que las instalaciones eran muy viejas y podía acceder a todas las
dependencias del banco. Una tarde, estando revisando la instalación eléctrica,
me di cuenta de lo fácil que sería entrar por un tabique muy delgado que
comunicaba con la tienda de al lado, pero deseché la idea. Lo mío siempre había
sido trabajar. Al fin y al cabo yo era una persona honrada, pensé para mis
adentros. Pero al día siguiente mientras revisaba el falso techo escuché sin
querer, a través de los conductos de ventilación, una conversación en el
despacho del director, que me hizo cambiar de opinión...
Escuché la voz
del Alcalde, también pude distinguir que estaban López, una mujer y el
director. Entre los cuatro hablaban de repartirse un suculento adelanto que
recibirían de la constructora a la cual le habían prometido unos terrenos donde
construir una urbanización de lujo y un campo de golf.
Según decían,
el dinero, varios millones, llegarían en efectivo el viernes siguiente justo
antes de empezar las fiestas y el director se encargaría de guardarlo en una de
las cajas de seguridad: la 533, la de López: “la más grande”, les escuché
bromear entre carcajadas.
En ese momento
decidí que esa sería mi oportunidad. Así que lo preparé todo para dar el golpe
durante las fiestas del pueblo. Bastó con dejar unos falsos tabiques tapados
con placas de escayola, un acceso por el falso techo a la sala de las cajas de
seguridad y un circuito eléctrico alternativo para inutilizar las cámaras de
vigilancia durante unas horas. Del Bar de Manolo, donde comía a diario, me
procuré unos restos de bocadillos y latas de bebidas vacías, lo metí todo en el
congelador dentro de bolsas, procurando no dejar huellas. En dos días ya lo
tenía todo preparado, y solo quedaba esperar.
El viernes por
la mañana pude ver como un furgón blindado dejó varias sacas de dinero que el
mismo director se encargó de guardar. Por la tarde le dije al interventor que
tenía que salir antes y me marché dando un fuerte portazo. En realidad, volví
sobre mis pasos sin que me vieran y me escondí en un hueco que había preparado
en el almacén moviendo una estantería medio metro hacia delante esperando a que
todos se hubieran ido.
Pasadas las
dos de la madrugada, cuando estuve seguro de que no quedaba nadie y
aprovechando el ruido de la verbena en la plaza, hice un agujero en el tabique
que comunicaba con la tienda de al lado, moviendo los escombros para dejarlos
dentro del banco y tapé mi escondite con los tabiques de pladur y la
estantería. Por el hueco que había preparado en el falso techo me colé dentro
de la sala de las cajas, anulando las cámaras y las luces con el puente
eléctrico que había instalado y busqué la 533. No me resulto difícil reventar
la cerradura y sacar el contenido. Efectivamente había muchísimo dinero, todo
en billetes de 100 y 200 euros, algunos documentos y dos libretas negras. Lo
guardé todo en una mochila, y antes de marcharme tuve la precaución de dejar
esparcidos por el suelo varios de los billetes y los restos de comida
congelada. Además abrí otras cajas y tiré por el suelo todo lo que se
encontraba dentro, organizando un pequeño caos. Al cabo de media hora, salí del
banco por el boquete que comunicaba con la tienda y desde allí escapé por la
puerta de atrás que daba a un callejón. rompiendo la cerradura por fuera para
hacer ver como que la habían forzado.
Dos calles más
abajo había un solar, limpiado de escombros recientemente, donde López
pretendía construir un hotel. Salté la tapia y escondí la mochila en el hueco
de una vieja chimenea que había al fondo, tapé el agujero con una madera que
había dejado allí. Volví al callejón y me quité el mono, los guantes y la gorra
que llevaba. Los metí en una bolsa de basura y los arrojé a un contenedor tres
calles más para allá. Rodeando la verbena de la plaza, me fui hacia el bar de
Manolo, antes de entrar cogí una pequeña botella de coñac que había preparado,
le eché un trago, me tiré el resto por encima, y entré dando tumbos en el bar.
No me fue
difícil encontrar unos jovencitos forasteros con ganas de bronca. Me costó una
paliza y pasar entre el cuartelillo y el hospital esa noche y todo el día
siguiente, pero ya tenía fabricada la coartada perfecta. Cuando el lunes por la
mañana entraron a trabajar al banco, yo estaba saliendo de las urgencias del
hospital acompañado por un enfermero, con un brazo en cabestrillo, el ojo
morado y contusiones en todo el cuerpo. Por supuesto no puse ninguna denuncia,
y cuando la policía me fue a buscar a casa como sospechoso por el atraco, solo
tuve que enseñarles el parte de lesiones del Hospital. Registraron toda la
casa, la furgoneta, el patio … me estuvieron interrogando muchas horas y me
llevaron a comisaría para comparar mis huellas, pero al cabo de dos días, me
dejaron tranquilo.
Ese mismo
jueves, fui al banco a decirle al director que no podía acabar las obras de la
sucursal; a cobrar por el trabajo realizado y a decirles que si querían les
enviaba a un amigo que las podría terminar. Me recibió visiblemente nervioso,
sin casi mirar mi factura me pagó en efectivo y me dijo que no hacía falta que
viniera nadie, que ya se las apañarían. Al salir hablé con la interventora que
me contó como la policía había tomado huellas de todos los empleados y de que
le habían comentado que el trabajo parecía obra de unos profesionales que
buscaban algo en concreto. Todos ellos eran sospechosos, el Director sobre
todo.
Tardé dos
semanas en volver al solar. Una madrugada recuperé la mochila y con la excusa
de que tenía que descansar de la paliza, me marché lejos con Pablo. Paramos en
un camping, a mucha distancia de nuestra ciudad y allí pude ver, por fin, lo
que tenía la mochila. Más de tres millones de euros en billetes usados de todos
los tamaños en paquetes sellados al vacío; documentos de escrituras de
propiedades a nombre de López y de otras personas y, lo mejor de todo: las
libretas. Una relación detallada de nombres, fechas y cantidades pagadas, a
políticos y funcionarios municipales de varias ciudades como prueba irrefutable
de sus sobornos y malas artes.
El dinero lo
guardé en un escondite que construí, al volver, en casa y continué con mi vida
normal. Poco a poco, pasó el tiempo. Pablo iba creciendo y eso me permitía
dejarlo con una tía contándole la excusa de que me había salido un trabajo en
otra ciudad. Fui cambiando, sin prisas, todo el dinero hasta hacerlo
desaparecer. Con el dinero limpio, me compré una pequeña casa en una ciudad al
otro lado del país, la reformé, la amueblé y abrí un comercio. Al cabo de tres
años, cogí a mi hijo, cerré la casa y desaparecí. Mientras, aprovechando cada
viaje, iba dejando cartas anónimas con fotocopias de las libretas de López
destinadas a dos conocidos periodistas. Poco a poco les fui enviando las piezas
de un puzzle que solo se podía componer si juntaban las informaciones que les
había ido enviando. Al final, le conté la verdad a uno de los dos y este
publicó inmediatamente su parte, el otro se dio cuenta rápidamente de que lo
que tenían en las manos era una bomba y, sin que sirviera de precedente,
decidieron colaborar.
A López lo
pillaron tratando de cruzar la frontera de Brasil escondido en un camión de
piñas. Al alcalde y al director del banco les acusaron de complicidad y les
cargaron el muerto del atraco. Uno a uno fueron cayendo concejales, secretarios
y toda la trama de políticos y funcionarios corruptos y, al final supe de
carambola, quién era aquella mujer que escuché hablar en el banco: la abogada
de la compañía constructora que pagó, con su cargo y varios años de cárcel, las
culpas de su empresa. Una vez todo estuvo en orden quemé las libretas.
Hoy, es día de
Fiesta y volviendo a ver desde la acera en enfrente, la estatua del ángel alado
que corona el edificio del banco, en la misma puerta del Bar de Manolo y con
Pablo a mi lado, disfrutando de las risas y de la música, no puedo dejar de
sonreír al pensar en que la única persona que podía haberme delatado, la única
que sabía que había jurado dejar de beber sobre la tumba de Maria, la que me
había escuchado todas las penas durante años y sabía exactamente por todo lo
que había tenido que pasar: Manolo, el del Bar, hubiera recibido, casualmente,
una suculenta oferta por su local a los dos meses del atraco por parte de un
abogado que después de vaciarlo, lo mantuvo cerrado durante un año, hasta que
se lo vendió a unos chinos.
Miro la
estatua y pienso en Manolo: en las veces que me había confesado su sueño para
cuando pudiera jubilarse y marchar al sur, al pueblo de sus padres a tostarse
al sol y pescar. Pienso en su mirada interrogante aquella noche y en el leve
guiño que le mandé antes de recibir el primer puñetazo.
Nunca volví a
saber de él, pero me consta que todas las navidades, mi tía que también lo
conocía y a la cual nadie va a tirar de su nueva casa, recibe una postal donde
se ve una playa llena de barcas de pescadores. No lleva remitente y solo pone:
“Feliz día de fiesta”, pero para mí, eso es más que suficiente.
Texto: Ricardo García
Twitter: netbookk
About.me: netbookk
martes, 3 de junio de 2014
ME QUIERO
![]() |
Esta semana La Pupila Imantada cumple un año de vida y lo queremos celebrar sumándonos al proyecto #a1000manos que nos brindan nuestros amigos Iñaki González (@goroji) y Rut Roncal (@rutroncal), que unen sus blogs una vez al mes para intentar arrancarnos, consiguiéndolo siempre, una sonrisa y, sobre todo, hacernos pensar. Con esta iniciativa pretenden que el mayor número posible de blogueros reflexione sobre la imagen que os brindamos aquí arriba. Esperamos que os guste la idea, a nosotros nos encanta y nos sentimos entusiasmados de participar en ella. Si queréis leer otros posts que se hayan sumado a este movimiento podéis buscar el hastag #a1000manos en Twitter y Facebook. ¡Un millón de gracias a todos los pupiler@s por el apoyo que nos habéis mostrado todos estos meses! ¡Vamos allá! |
Me quiero. Me quiero muchísimo. Es tan grandioso el amor que
me profeso que siempre me queda algo que dar a los demás. Esa es la clave de mi
vida plena. Acepto mis virtudes y adoro mis imperfecciones. Aprendí a valorar
estas últimas con ayuda del sabio pasar del tiempo.
Por supuesto hay días en los que este amor se tambalea.
Pasamos por crisis, como cualquier otro amor. Cuando eso sucede espero a que llegue
la noche y me alejo de la ciudad, allí donde las luces de la rutina se hacen humo, se silencian
y se convierten en cantar de grillos y chicharras.
Además de amor soy una
estrella fugaz. Me tumbo sobre el capó del coche con un brazo bajo la cabeza y
escudriño el cielo hasta que me veo aparecer. A veces me cuesta encontrarme pero siempre aparezco.
Me veo pasar en una milésima de segundo, vibrante, luminosa.
Entonces cierro los ojos para pedir un deseo. Mi deseo soy yo misma. Me pienso
con intensidad y me quiero. Si me quiero
a mí, sé que me sobrará amor para hacer feliz a aquellos que merecen mi
cariño. Y a los que no lo merecen tanto, tal vez, un poquito también.
Alcanzo mi cota máxima de amor propio a medianoche, cuando
la lluvia de estrellas ya ha cesado. Ya no puedo quererme más. Cuando he
llegado a ese punto sé que puedo seguir amando. Entonces dedico el tiempo que
resta hasta que amanece a seleccionar, de entre todos los puntitos de luz que
arropan mi cabeza ahí arriba, aquellos que destacan sobre los demás. Y decido
amarlos también. Ellos son las estrellas de mi vida.
lunes, 26 de mayo de 2014
UNA PUERTA AL PARAÍSO
![]() |
Fotografía: Fran Gala @erfran72 |
¡Saludos, pupiler@s!
Esta semana continuamos con una serie de colaboraciones de otros escritores diferentes de Rosa Muro (@pink_wall). Esta vez le hemos brindado una de las fotografías de Fran Gala
a nuestra maravillosa Mara para que inventara una historia llena de encanto, tal y como es ella. Esperamos que el resultado os guste tanto como a nosotros. ¡Gracias Mara!
Esperamos que disfrutéis de su delicadeza con las letras, su dulzura y su sencillez. Si os quedáis con ganas de más podéis leerle en villamara, su maravillosa casa.
No sé bien donde estoy, ni si he llegado.
Con los ojos abiertos sólo veo oscuridad. Si los cierro, vislumbro una puerta estrecha
pero enmarcada de vida, abierta de par en par para mí y mi bebé, tapizada de
esperanza por sus bordes, plena de savia fuerte, alimentando hojas verdes y
frescas, escupiendo oxígeno puro y gotas de agua dulce. Así debería ser la
entrada de cualquier paraíso; el que yo sueño, el que sueñan los que dejé atrás
y los que me acompañan en este viaje: el paraíso es una promesa
de futuro, con una puerta tras otra que traspasar…
Respiro hondo y despierto del todo. Por
fin he dejado atrás el viento abrasador que quema los pulmones en la aldea
donde viví, pobre y hambrienta, con sus ramas secas, sus maltrechas casas de
adobe y la tierra árida que se abre en dolorosas grietas, alimentándose con
savia de sangre de los que se matan por un puñado de maíz. Ahora noto la brisa
del mar tumbada en la orilla; otra puerta superada…
Está amaneciendo y veo las primeras luces
del día. Siento dolor y sed, pero mi bebé ha despertado y gime en mi regazo.
Por él hago el esfuerzo y aparto el salitre de su mejilla de ébano. Se mueve
inquieto buscando el dulce de la leche de mi pecho. Una gota más que no sé si
puedo ofrecerle. El viaje en la barcaza, atravesando el mar, ha agotado lo poco
que queda de mí; días de terror apartada en la popa, arrinconada por el resto mientras
protegía al pequeño bulto atado a mi cuerpo, todos apretados gritando sin eco
al vaivén de la furia de las olas y la inclemencia del sol.
“Tranquila.
Están bien. Le ayudaremos…”, suena una voz fresca y cantarina a mi lado. Brota
de un rostro compasivo y luminoso, de intensa mirada verde. Quiero creerla y me
permito vivir, descansar y soñar con una nueva puerta al paraíso...
Texto: Maria José Barroso
Twitter: @Mara_BC
Blogs: memoriasdebiblioteca y villamara
lunes, 19 de mayo de 2014
EL ABUELO
Fotografía: Fran Gala @erfran72 |
Al principio de perderte temí olvidarme tu rostro. Tu piel
curtida por el sol, las arrugas que conformaban el mapa de tu historia. Aquella
media sonrisa de dientes intermitentes. Pero sobre todo me aterraba que de mi
memoria se fuese atenuando el recuerdo de la chispa de tus ojos, cada vez más
chiquitos, de un azul tan intenso como el mar que jamás te cansabas de mirar. Yo
creo que por eso tenían aquel color tan increíble. Si te asomabas mucho a ellos
te acababas sumergiendo en tu Mediterráneo del alma.
Ese miedo a tu olvido se atenúa gracias a la certeza de que
siempre voy a recordar tu olor. Olías a tabaco de liar, a
caramelos de café y a loción de afeitado de la de toda la vida. Así, todo
junto. Cuando echarte de menos se hace insoportable siento ganas de salir
corriendo a comprar esas tres cosas e intentar hacer la mezcla para probar si,
tal vez, con el experimento, volvieras durante un ratito a mí.
Siento pena. Pena infinita. Y rabia a raudales. Pena por no
haber podido despedirme. Rabia porque tu partida ha privado a mis hijos
de disfrutarte como todos merecíais. Tus nietos apenas te recuerdan. Ya casi no
me preguntan aquello de por qué no te dejan volver del Cielo aunque sea por sus
cumpleaños. El tiempo, cuando eres pequeño, actúa de bálsamo y la mente se
acaba ocupando en juegos y nuevas aventuras. Ojalá yo pudiese volver a ser
niño.
Pese a todo me siento afortunado. Sé que cada vez que quiera
puedo volver al malecón y explicarles a los chicos que aquel era tu lugar favorito.
Sé que puedo sentarme en tu rincón preferido, asomarme al mar y adentrarme de
nuevo en tus ojos. A veces incluso tengo la sensación de que la espuma de las
olas huele a loción de afeitar. De la de toda la vida.
Texto: Rosa Muro @pink_wall
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