Fotografía: Fran Gala @erfran72 |
-¿Me llevas a ver el mar?
Cada verano la misma pregunta. Cada verano desde aquel
fatídico junio que ensombreció el futuro de los dos. Él nunca contestaba a la
pregunta. Se mantenía callado al otro lado del teléfono, sintiendo la
desesperación de quien escuchaba al otro lado de la línea. Aquel tono dulce con
el que ella preguntaba, aquellos tintes de súplica que le desesperaban.
En cada una de aquellas conversaciones clandestinas,
escondidos en armarios y cerrando puertas para no ser escuchados por oídos
insidiosos, siempre terminaban hablando de lo mismo. Él era consciente de que
aquel era su sueño, su anhelo desde pequeña. Desde que todo se truncó por su
culpa. Y por esa razón decidió que debía esforzarse y organizarlo todo. Se lo
debía.
Lo planificó durante noches enteras, porque era al caer el
sol cuando la lucidez le aclaraba la mente. El mayor de sus problemas eran sus
padres. Los de ambos. Ninguno de ellos lo permitiría jamás. Les habían obligado
desde niños a cambiar de acera cuando se cruzaban en el pueblo. Les habían prohibido
hablar, bajar la mirada incluso. En la iglesia, en la escuela, en algún encuentro
fortuito a la vuelta de cualquier esquina. La enemistad enquistada entre
familias desde lo sucedido pretendía truncar lo que sentían. Pero los demás no
entendían que lo suyo era algo imparable.
Si accedía a los deseos de ella tal vez fuese lo último que
hiciese en la vida. Pero prefería no pensar en eso. Además, el sacrificio
valdría la pena. Desoyendo a todo el mundo puso en marcha su plan. La fue a
buscar una noche templada de San Juan. Ella esperaba tranquila, apostada tras
el portalón del patio. Se montaron en el
coche y pusieron rumbo a la costa.
Atravesaron la península y después de varias horas de viaje
y cansancio llegaron a su destino. Se apearon y atravesaron dunas recibiendo el
viento en la cara. Ella, con pasos temblorosos, él, agarrando su mano para no
dejarla caer.
Al llegar a la orilla del mar y con los pies sumergidos
entre la espuma ella le preguntó: -¿Cómo es? Apenas lo recuerdo. ¿Es bonito?-
Él la miró con los
ojos inundados en lágrimas contenidas durante todos aquellos años y le respondió: -Sí, es bonito. Es azul. Como
tus ojos.-
La joven mantuvo la mirada perdida, como siempre, aspirando
el olor a salitre, sonriendo. Él continúo llorando, en silencio, mientras
recordaba aquel fatídico día de junio en el que un inocente juego de niños le
privó a ella de tan grandiosa visión.
¡Queridos pupileros!
Ya estamos de vuelta tras nuestro descanso estival. Si estáis leyendo esto no nos queda más que agradecer vuestra fidelidad y paciencia al esperarnos. Ojalá está nueva temporada que comenzamos consigamos crecer en la medida en la que os merecéis todos los que nos seguís. Deseamos que vuestro verano haya resultado tan placentero como el nuestro. Nos seguimos viendo y leyendo por aquí. Y recordad... ¡mantened las pupilas bien abiertas!
Besos y abrazos para todos.
Rosa y Fran.
Olé!
ResponderEliminarLa espera ha merecido la pena... magnífico relato y gran fotografía. Hacéis un gran equipo.
Pupilas abiertas para la nueva temporada, of course!
Nos hacemos esperar como las superestrellas! Jajaja! Gracias Iñaki!
EliminarUna maravilla como os he comentado por las Redes Sociales. Lujazo estar ahí para leeros. Genial este post. Muchos saludos!!
ResponderEliminarLujazo es contar contigo entre nuestros seguidores Julio. Muchísimas gracias! Un beso!
EliminarMaravillosa vuelta. Seguid así, despertando nuestras emociones.
ResponderEliminarPreciosa foto y maravilloso texto.
Enhorabuena.
Muchísimas gracias máster! Felices de que pienses que seguimos a la altura. Besos y abrazos!
EliminarEmociones puras y una enorme sensibilidad: un tándem perfecto. Enhorabuena!! Abrazo grande!!
ResponderEliminarOtro para ti Rocío! Gracias por acompañarnos en este paseo :-)
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