Fotografía: Fran Gala @erfran72 |
Todos los días la misma rutina. El locutor de su emisora favorita
le despertaba cada mañana a las 7:00. Apagaba la radio de un manotazo,
refunfuñaba un rato y se hacía el remolón. Finalmente se levantaba, se
despojaba del pijama camino de la ducha, lo dejaba tirado sin importar dónde
caía y después desayunaba lo que ya encontraba preparado en la mesa del comedor. Devoraba la prensa económica alternando la vista del plato al periódico y viceversa. Todas las mañanas.
Al acabar la jornada volvía tarde a casa, cansado y de mal humor.
Daba un portazo al entrar que hacía tintinear las lágrimas de cristal de la lámpara de la entrada. Invariablemente. Encendía el televisor con el
volumen prácticamente al máximo mientras arrojaba el abrigo y el maletín sobre
el sofá, se aflojaba el nudo de la corbata y se sentaba a la mesa. Todo lo
encontraba a punto, cada plato preparado con esmero, ni muy frío ni muy
caliente, con una cuidadísima presentación. Todas las noches.
Al final el silencio le pudo. Le ganaron la batalla la desgana, la desidia y la
dejadez. No pudo con más portazos ni más tintineos, no soportaba más despertares con aquel
locutor insufrible a todo trapo, no iba a consentir más cenas sepulcrales ni
más maletines abandonados a su suerte por doquier. Pero por encima de todo le desgarró la indiferencia. Ella se cansó de ser invisible.
Aquella noche planchó el vestido que a él más le gustaba. Se
recogió el cabello, se maquilló con esmero, puso los mejores cubiertos en la
mesa, la cristalería más cuidada, cocinó su plato favorito y esperó a que él volviera del trabajo.
Tras el golpe de la puerta y el correspondiente tintineo de cristal constató que él seguía sin
verla. Pese al vestido, al perfume y al carmín de sus labios. Aguardó a
que se aflojase la corbata y se sentase a cenar.
Entonces le dedicó su mejor sonrisa, aun a sabiendas de que él no se iba a percatar. Se dió media vuelta y se dirigió con aparente calma hasta la cocina, con la sonrisa petrificada en la cara. Respiró hondo, abrió el cajón de los cubiertos
y cogió el cuchillo más grande que encontró.
Texto: Rosa Muro @pink_wall