Fotografía cortesía de Bienvenida Gala: https://twitter.com/Bienveg |
Era una mañana de primavera, de esas que aún no calientan y
te dejan el cuerpo frío. Me habían citado a las 10 en punto con una nota
misteriosa, escrita a mano, que alguien dejó en el parabrisas de mi viejo
Renault aparcado en la puerta del periódico. “El monje te alumbrará el camino”,
decía. -¡Hay que joderse!- pensé, mientras permanecía atento a la puerta del
monasterio y me subía los cuellos de la chaqueta.
En ese preciso instante el sonido de goznes antiguos me
alertó de movimiento en el portón. Un nervioso hermano salió precipitadamente,
mirando con inquietud en todas las direcciones. Empecé a seguirle a través de
oscuras y laberínticas calles de olor nauseabundo. En un momento determinado
paró en seco frente a una cerería. Golpéo con los nudillos tres veces y
desapareció en el interior sin que pudiese alcanzarle.
No había ni un mal gato en esa calle. Parecía muerta. Me
acerqué sigilosamente hasta el local y atisbé a través del cristal de la
puerta. Estaba tan sucio que sólo se adivinaban sombras. No lo pensé. Toqué la
puerta tres veces, como había visto hacer al monje.
De repente, sin tener tiempo a reaccionar, todo pasó muy
deprisa. El sonido de amartillar un arma, un fogonazo y sentirme caer hacia
atrás mientras escuchaba a una voz grave, casi de ultratumba, decir: “DIOS ES LA LUZ”.
Autores del texto: Fran Gala y Rosa Muro