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lunes, 17 de junio de 2013

LA TORRE Y EL CABALLERO






Aquel caballero vestía con desaliño. Su barba descuidada y unas manos de extraordinario tamaño le conferían aspecto de hombre rudo. Pero bajo esa apariencia escondía un corazón tendente a la ternura. Sabía que no podía permitirse el lujo de revelar semejante debilidad a sus enemigos, siempre al acecho, atentos a un paso en falso que él pudiera dar, ávidos de venganza y anhelantes de poder. 

Por eso portaba una coraza que mandó hacer a medida al herrero de la aldea. No era una coraza cualquiera. Estaba fabricada con los materiales más resistentes del Reino. Él mismo se encargó de salir a buscarlos. No se fiaba de nadie más. Recorrió minas recónditas y parajes abruptos. Eran lugares en los que ningún otro súbdito se atrevía a adentrarse. 

Cuando regresó con su botín, el herrero, al ver todo aquello, preguntó: 

- Pero, ¿qué necesidad hay, señor, de que porte una armadura de tamaña envergadura? ¿Acaso teme a las lanzas, las flechas y las espadas de aquellos que le desean el mal?

A lo que el caballero respondió: 

- Mi único temor, el que me roba las noches y me atenaza los días no está en la aldea. Mi mayor miedo se encuentra ahí arriba.- Señaló hacia la torre que, en lo alto de una loma, se erigía majestuosa sobre el pueblo. 

– Ella. Esa extraña doncella. Vive enclaustrada en la torre y me tiene fascinado. Nadie la ha visto nunca, pero dicen que una mirada suya enloquecería al hombre más cuerdo. Me robará el corazón y no puedo permitirlo.

El herrero le dio un par de palmadas secas en la espalda y con voz risueña le respondió: 

- Ya no tiene sentido temer, señor, porque su batalla está perdida. Ninguna coraza, por invencible que parezca, le podrá proteger del embrujo de una dama.