Fotografía: Fran Gala @erfran72 |
La hermana Sofía siempre me decía que me auguraba un futuro
con estrella. Le gustaba hacer aquel juego tonto de palabras con mi nombre. Cada
mañana, al entrar al dormitorio para despertarnos, cantaba. Aquel canturreo es
uno de los recuerdos más dulces de mi infancia en el orfanato.
Los domingos de visita siempre vestías un abrigo color burdeos.
Olías a hierbabuena y a jabón de Marsella. Me abalanzaba sobre ti y me hacía un
ovillo en tu regazo sin darte tiempo a desprenderte de aquel gabán viejo y
deslucido. Tenías aspecto cansado, pero a mí me parecías la madre más bella del
mundo. Salíamos del convento y paseábamos hasta el banco que había bajo el
puente. Allí pásabamos horas y horas de risas y confidencias.
Empecé a apuntar tus faltas a nuestra cita semanal en una
libreta de música. Por cada ausencia tuya yo dibujaba una corchea negra en el
pentagrama. Cuando se agotaron todas las hojas no quise comprar otro
cuadernillo más. Compuse una sinfonía
completa, triste y sin sentido.
La hermana Sofía me acariciaba el pelo mientras repetía una
y otra vez: -Un futuro con estrella, niña.-
Yo sonreía a la monja, le besaba en la mejilla, consciente
de su incipiente demencia y la dejaba en su mundo para regresar al mío, al crudo,
al real. Pobrecita. Lloraba en silencio cuando llegó el momento de salir de
allí y empezar a volar sola. Aquel día,
sorprendemente, recordaba mi nombre. Me gritaba: -¡Estrella!- y agitaba la mano
sonriendo mientras las lágrimas le surcaban las mejillas.
Encontré tu carta una mañana de hierba escarchada,
revolviendo en el fondo de un armario.
Apareció el cuadernillo de música y la carta dentro de él. Me senté en
la escalera del porche, estupefacta, al
ver tu nombre en el remite. Me temblaban las manos. No la pude abrir. No allí. Me
vestí con ropa cómoda y me encaminé hacia nuestro banco, bajo el puente, frente
al río. Me senté y la leí.
Querida Estrella:
Te llevo en mi pensamiento cada segundo, cada latido. Mi
vida en prisión es llevadera, no te preocupes por mí. El mayor dolor de mi
corazón fue no poder darte un abrazo y explicarte qué iba a pasar antes de
ingresar aquí. Pedí a Sor Sofía que lo hiciese en mi nombre y que te entregase
estas letras. Confío en que lo hizo así. Volveremos a estar juntas. Te lo juro.
En cuanto salga de aquí iré a buscarte. Y no volveremos a separarnos jamás. Te
doy mi palabra.
Te quiere
Mamá.
La carta estaba fechada quince años atrás. Hacía ya siete
que yo había inciado mi vida de adulta, al cumplir la mayoría de edad. Y tan sólo
unos meses desde que el Alzheimer se había llevado a Sor Sofía.
Guardo la carta dentro de mi libreta, empapada de aquella
sinfonía triste y gris. Es lo único que me queda de ti. No cumpliste tu palabra. No has venido a buscarme.
Ni siquiera sé si quiero conocer el motivo. Al menos tengo la certeza de que la
hermana tenía razón. Tengo estrella. Una estrella grande y brillante que me acaricia el
pelo desde el cielo y me sonríe agitando la mano mientras canturrea con
suavidad para despertarme cada mañana.
Texto: Rosa Muro @pink_wall
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