lunes, 24 de marzo de 2014

EL MUNDO AL REVÉS

Fotografía: Fran Gala @erfran72




El mundo al revés. Quién me iba a decir a mí, a mis 76 años recién cumplidos, que me iba a encontrar el mundo patas arriba. Cómo iba yo a sospechar que las cosas iban a cambiar de esta manera. Llevo toda la vida presumiendo de que me deslomé trabajando para que mi familia viviera mejor de lo que lo hicieron mis padres y mis abuelos, pero los motivos para presumir se  han esfumado. Resulta que han cambiado las tornas. Jamás pensé que mis ojos llegarían a ver algo así.

Salgo a pasear todas las mañanas. Por eso sé que me hago viejo. Porque me gusta caminar sin rumbo fijo, sentarme en un banco y dejar pasar el día sumido en pensamientos y recuerdos.  Rememoro a menudo y con cariño los años vividos en Venezuela. Labrarme un porvenir allí fue duro, pero el esfuerzo mereció la pena. Media vida al otro lado del océano luchando por asegurar un futuro acomodado a mis hijos. Y creí que lo había conseguido.

Me gustan los bancos de la plaza a media mañana. Tomo asiento y juego a adivinar cómo serán las vidas de los que deambulan ante mis ojos. ¿Les irá bien? Me pregunto durante cuánto tiempo los jóvenes continuarán manteniendo la esperanza, durante cuánto más los mayores conservarán las fuerzas para seguir alentándoles. Pienso, medito, bostezo… Estoy cansado.

Cansado porque hace ya tiempo que paso las noches pares soñando que sigo en Caracas. Los niños aún son pequeños y no entienden de preocupaciones. Los días impares, sin embargo, no consigo dormir. Se deslizan las horas lentas y agónicas por mi cabeza. Hago números, sumo facturas, cavilo. Pero las cuentas no salen. Dos hijos en paro y cuatro nietos son muchas bocas que alimentar. Menos mal que su difunta madre ya no está aquí para verlo. Menos mal que tengo 76 años. Y mi pensión. Y la dignidad. 


Texto: Rosa Muro @pink_wall

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