Fotografía: Fran Gala @erfran72 |
¡Saludos, pupiler@s!
Ya estamos de vuelta de las vacaciones de Semana Santa. Hoy retomamos nuestra serie de colaboraciones de otros escritores diferentes de Rosa Muro (@pink_wall), nuestra escritora habitual. En esta ocasión os mostramos el trabajo de una contadora de historias de excepción, Mercè Roura. Le hemos brindado una de las fotografías de Fran Gala
y partiendo de esa imagen nos va a sumergir en ese mundo maravilloso que sólo ella es capaz de crear. Esperamos que disfrutéis de su pluma dulce, delicada y cargada de sentimiento. Si os quedáis con ganas de más os animamos a que la sigáis en su blog mercerou.wordpress.com, donde podréis disfrutar de todas sus historias, que están cargadas de sabiduría, belleza y atracción y detalles. Os dejamos con su relato:
Ella
le quería. No preguntéis por qué ni cómo. No hay razones para
quedarse prendido de alguien como un broche de alfiler y esperar a
que te mire aunque no te vea. No hay que buscar sentido en lo que no
tiene sentido ni lógica en lo que se mueve por ansia. Su amor era
gigante. Su desespero era rotundo. Aquel amor inesperado ocupaba sus
pensamientos y golpeaba su pecho una y otra vez para recordarle que
era imposible, que tras la puerta de la realidad se ocultaba la fea
cara de la indiferencia.
Ella
le encontraba sin buscarle. Por no molestar, ni exhibir un amor loco
que cansaría al más paciente de los amantes, incluso a ella la
agotaba tanto amor concentrado en su pequeño cuerpo ávido de
caricias. Y paseaba con su vestido rojo para intentar impactar,
atravesar sus neuronas y llenar sus entrañas huecas...
Ella
le adoraba mientras él remoloneaba para distinguir entre el deseo y
el sueño, entre la pasión y la vida... Entre amar o seguir bailando
sin mirar el reloj. Ella esperaba en un rincón de su vida, con los
ojos abiertos para no perder detalle y los labios rojos deseando
cruzar sus labios y dibujar el más tibio de los besos, el más ronco
de los jadeos, la más fuerte de las embestidas...
Ella
era sal y él un cuerpo insulso tirando a dulzón, un dulce de
artificio que ella conocía, que ella intuía era falso... Le mentía
cuando fingía escucharla. Le mentía cuando le decía que le
importaba... Sencillamente le gustaba tenerla para no tenerla y saber
que ella le amaba para no amarla...
Ella
era mar y él roca con aristas cortantes. Ella le acariciaba con sus
palabras y él laceraba sus defensas con sus miradas. Ella sabía que
él no merecía sus besos ahogados con lágrimas. Él a veces parecía
querer sucumbir y dejarse querer y otras rasgaba sus intentos de
cariño con sus garras afiladas.
Ella se dormía pensando que mañana
quizás o tal vez nunca. Él no dormía nunca. Convertía las noches
en madrugadas y los días en aletargados monólogos que ella
escuchaba con ganas, esperando darle una respuesta que llenara sus
fauces voraces y encontrar una palabra para llegar a su corazón de
piedra.
Ella
quería ser otra para que él la deseara. Él hubiera querido que
fuera otra para poseerla.
Ella
era una luna con halo rojo y él un sol cercano que quema y que
araña. Ella era sauce lloroso y caído. Él era una hiedra que
trepaba hacia mil ventanas. Nunca la de ella, nunca esta noche es la
noche. Nunca esta mañana es la mañana. Ella quería ser hermosa y
él disfrutaba ignorándola...
Él
la miraba de reojo y ella siempre se enfrentaba a su rostro y le
aguantaba la mirada... Conocía todos sus guiños y los mil caminos
que le surcaban la cara. Era casi rudo, casi hermoso, casi dulce,
casi de todo y en poco de nada... Y de todas formas le amaba. Porque
el amor no se escoge.
Él
siempre pensaba en sí mismo primero y ella, cuando se acordaba de
que existía, también pensaba en ella misma.
Pasaban
los días y él era aún la roca afilada y ella aún esa ola que lo
acariciaba e intentaba erosionar sus defensas... Por si el amor
llega. Por si un día está tan solo que se les escapa un abrazo y
prueba un beso.
Y
pasaron cien años y la roca permanecía inalterable y el amar aún
danzaba sin parar... Ella se vestía de rojo aún por si él se daba
cuenta de que existía y él nunca la miraba, nunca.
Hacía
cada vez más frío y la calle cada día parecía más estrecha. En
algún punto tendrán que encontrarse nuestros cuerpos cansados,
pensaba. En algún momento, se decía, necesitará morar en mi piel
porque no le quedará otra piel donde pasar la noche y llegar a la
madrugada.
Y
cuando alguien le preguntaba por qué, ella siempre decía que no
tenía ninguna razón más que el puro delirio de soñar que
sucedía... Y que estaba cansada y que ya no podía... Que cada día
se levantaba por si acaso y cada noche se prometía no volverlo a
intentar.
"Es
que me necesita tanto y no lo sabe... Yo me conformo con quererle y
él se conforma con que le quiera".
Texto: Mercè Roura @merceroura
Genial y conmovedor.
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