Fotografía: Fran Gala @erfran72 |
Llevaba dos vidas y casi una
muerte buscándole. Infinitos latidos desacompasados, innumerables bocanadas de
aire ahogadas, miles de centímetros de piel ajena explorados. De sus dos
primeras vidas guardaba vagos recuerdos, anestesiada por el sinsentido, por la
obsesión por no perderse una sola oportunidad, un solo olor, la más mínima
señal en el semblante de un desconocido, por si fuera ÉL.
Sin embargo recordaba con increíble
nitidez aquella vez en que se asomó al abismo de la muerte. La tarde templada,
la brisa del mar acariciándole las pestañas, ella relajando todos sus músculos
al borde del precipicio, dejándose caer hacia adelante, asomada al abismo de
aquel mar embravecido. Todavía no tenía claro cuál fue la razón que le hizo dar un paso atrás en el último segundo.
Llevaba dos vidas y casi una
muerte deambulando por calles teñidas de blanco y negro. Recorriendo sus
rincones con la esperanza dolida de encontrarse con ÉL a la vuelta de cualquier
cansada esquina. Décadas subiendo cuestas con la respiración entrecortada por
el esfuerzo. Años frenando con los pies y con el corazón en las bajadas más
empinadas, en un intento vano por no dejarse llevar por la inercia de la
autocompasión y el olvido cuando le flaqueaban las fuerzas.
Y de pronto, el día más
deslavado, el que tenía la luz más gris, aquel en que ni los pájaros cantaban, sucedió.
Como ocurren las mejores cosas de la vida. Justo cuando uno no lo espera porque
ha tirado la toalla y ha dejado de buscar víctima del desencanto. Fue entonces
cuando ocurrió. Tal vez porque su mente se relajó, su cuerpo abandonó aquel
estado permanente de alerta y las ganas decidieron que ya no podían más.
La esquina precisa, el momento
adecuado. Allí estaba ÉL. En mitad de una
noche que deslumbraba a golpe de luna. Dos vidas y casi una muerte
esperándole y apareció cuando había dejado de creer en posibilidades. Cuando
llevaba noches dejándose adormecer por los abrazos de la incredulidad y el
hastío. ÉL. Apostado en la pared, bajo una farola, silbando aquella melodía que
ella había escuchado en sueños todas y cada una de las madrugadas de sus dos
vidas.
Las calles, con cada nota de aquel silbido, poco a poco, recuperaron su color. La incredulidad desapareció. El
hastío se perdió entre callejuelas. Y ella volvió a partir de cero. Volvieron a
partir de cero. Comenzaron una nueva vida. Porque a la tercera va la vencida.
Texto: Rosa Muro @pink_wall
Dicen que no hay dos sin tres, y sin embargo, son multitud. Pero también, los trenes solo pasan una vez, no dos ni tres. Buscar o no buscar, ésa es la cuestión.
ResponderEliminarDe eso dicen que trata la vida... :-) Gracias por comentar Julián!!!
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