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Fotografía: Fran Gala @erfran72 |
Existe un lugar en el que los anhelos se quedan atrapados y
no encuentran la salida. En ese lugar nos encontramos tú y yo. Encerrados, sin
escapatoria. Deseándonos con un frenesí jamás antes conocido por ninguno de los
dos. Sin saber qué hacer con tanta ansia, con todas estas ganas que se nos
desbordan por los ojos cada vez que nos miramos.
Cada vez que me susurras que quieres mucho más se me
encienden las venas, me tiembla el pecho agitado y un ardor insufrible me
recorre las piernas, de manera ascedente, hasta llegar a converger entre mis
caderas haciéndome casi perder el sentido. Me siento incendiado y resulta
insoportable. Entonces me tienta la idea de dejarme ir, de abandonarme a esta desazón
que duele y dejarme gobernar por ella.
Pero viene a mi cabeza el callejón sin salida que habitamos
sólo los dos. Estas paredes frías y estrechas, taponadas por responsabilidades,
rutinas y compromisos. Un callejón que sólo se ilumina cuando nos rozamos y
entre nosotros saltan chispas. En ese momento desaparecen las humedades de las
paredes y florece la hierba sombría. Sólo durante un instante. El tiempo exacto
que uno de los dos tarda en pisar tierra firme y recordar que no debemos.
Porque podemos. Y queremos. Pero no puede ser.
Ojalá este callejón no fuera tal. Ojalá fuera un pozo para
hartarnos a lanzar monedas y apretar los puños hasta que las uñas se nos
clavasen en las palmas de las manos hasta sangrar de tanto como deseamos. Pero los deseos son
como los sueños, todos los tenemos y no siempre se pueden cumplir.
Así que nos frenamos a tiempo para no permitirnos caer
el uno en el cuerpo del otro. Porque es lo correcto. Aunque la fuerza de la
atracción nos agote de tanto luchar contra ella. Abandonamos el suelo mojado
del callejón, cada uno por un lado, intentando no darnos la vuelta para no
convertirnos en estatuas de sal y frustración. Y nos dirigimos a
nuestras respectivas vidas, con nuestras mujeres y nuestros hijos. Nos llevamos las chispas
con nosotros y aquel rincón se oscurece, la humedad dibuja siluetas tristes en
las paredes de nuevo y la hierba vuelve a estar sombría. Nuestro callejón del
deseo está condenado a la oscuridad.
Texto: Rosa Muro @pink_wall
¿Por qué es lo correcto? La infelicidad nunca puede ser la mejor opción...
ResponderEliminarExacto Manuel! Pero esta semana tocaba un relato con final no tan feliz. Ojalá todo el mundo tuviera la decisión, la oportunidad o la libertad de hacer aquello que desea. Confío en que tal vez algún día... :-)
EliminarUn abrazo!