lunes, 1 de diciembre de 2014

MÁS TRENES QUE MADRUGADAS



Fotografía: Fran Gala @erfran72


Acabo de ver pasar mi tren. O tal vez no haya sido en este mismo instante. Quizás haga ya un siglo desde que partió. No lo tengo claro porque no puse atención a su marcha cuando debí hacerlo.

Desde que lo vi salir vivo sumergido en una desorientación temporal. No sé cuándo es hoy, si mañana ya ha llegado, si el futuro existe o si simplemente me mantengo absorto en una ensoñación que me obliga a seguir adelante.

Siento miedo al intentar calcular cuánto tiempo hace que dejé partir el vagón al que sólo subió el que yo creía mi destino. Sólo recuerdo que su paso me sorprendió mirando embobado hacia otro lado. Y allí me quedé, anclado en al andén, sin capacidad de reacción. Desde entonces permanezco sentado en el banco de la estación. Creo que hace mucho tiempo de aquello porque me han crecido la barba, las uñas y la pena.

Me levanto con movimientos pesados y salto del apeadero a las vías con algo de dificultad. Me arrodillo frente a ellas. Ladeo la cabeza, la apoyo en uno de los travesaños e intento adivinar si se aproxima un tren nuevo. Los hierros incandescentes me marcan la mejilla para siempre. El dolor hace que, en un acto reflejo, me lleve la mano a la cara intentando adivinar el alcance de esa nueva cicatriz. Tengo la cara en carne viva y lo único que me arde es el pecho.

Tras explorar los estragos en mi rostro miro el mapa que conforman las palmas de mis manos. Por dejar pasar mi tren se me ha desdibujado hasta la línea de la vida. Por dejarlo ir, todas las fotografías que tomo desde la estación salen desenfocadas y en color sepia.

Benito, que lleva más de tres décadas de guardagujas, me dice al verme allí día tras día que no debería preocuparme. Que hay más trenes que madrugadas. Creo que haré caso de sus consejos. Al fin y al cabo no hay nadie en el pueblo que entienda más de asuntos ferroviarios que él. 

Texto: Rosa Muro @pink_wall

lunes, 24 de noviembre de 2014

NO ME ESPERES

Fotografía: Fran Gala @erfran72



No me esperes. No te recrees en los lodos del recuerdo de mis arrepentimientos. Ya no soy constante. Ni tan siquiera mantengo un atisbo de linealidad. Te empeñas en que volveré, negándote a aceptar que la constancia es, por fin, la más invisible de mis virtudes. No voy a regresar a ti.

No me esperes. No te marques días señalados ni lugares especiales. Deja ya de celebrar aniversarios, primeras veces y últimos abrazos. No pongas flores frescas en el jarrón ni me invoques en tu almohada para acariciarme el pelo. Ya es tarde.

No fabules. No sueñes con que un día me giraré buscándote entre el gentío, me arrancaré el corazón y te lo entregaré sin reservas de nuevo. No imagines que me abandonaré entre tus brazos otorgándote el perdón. Porque he crecido más allá de las nubes y no tengo intención de descender. Porque ya no soy quien era.

No me esperes. No me pienses en nuestro rincón favorito del jardín. No creas que llorarme allí a medianoche va a provocar cambio alguno. Me hiciste sentir la letra pequeña al final del contrato. Rescindo nuestra unión y te absuelvo de cualquier pecado.

Si acaso guarda una pizca de esperanza, la mínima posible. Pero no me esperes. Me mantengo al margen de la ley de lo esperado abriendo ojos propios y callando bocas ajenas. Mis decisiones ya no consienten la marcha atrás. Ahora marco mis propias reglas.

Ahora me quiero.


Texto: Rosa Muro @pink_wall

lunes, 17 de noviembre de 2014

LA SONRISA CONGELADA


Fotografía: Fran Gala @erfran72


Lucía una piel perfecta, bronceada en su justa medida y los ojos rasgados enmarcados por pestañas infinitas. Tenía un cabello largo y ondulado con reflejos dorados impecables y unas piernas eternas que hacían suspirar a quienes en secreto soñaban con ella. Se aparecía etérea a ojos de quienes la miraban. Se esforzaba hasta el agotamiento para proyectar esa imagen.

Sentía un rechazo carente de lógica hacia la sencillez. Pensaba que al presentarse ante los demás sin artificios sus defectos se tornarían evidencias. Creía firmemente que al adornar su aspecto y su actitud conseguía disfrazar inseguridades y miedos.

Pasaba horas enteras frente al espejo buscando imperfecciones que sólo vivían en su imaginación. Se preocupaba por arrugas todavía inexistentes y olvidaba que el surco que formaba su sonrisa  poseía más atractivo que cualquier lápiz de labios de precio inconfesable. Su propio reflejo sólo le devolvía una sonrisa congelada.

Llenaba de barroquismo sentimental el gran vacío que se negaba a admitir que sentía. Cuanto más retorcidas eran sus relaciones más se aferraba a ellas. Su mala suerte crecía en la misma proporción en que maquillaba su vida. Tuvieron que esfumarse su belleza, su juventud y el marido millonario con quien se casó pese a que no le hacía feliz. Tuvo que perderlo todo para encontrarlo todo.

Una noche, al saberse sola, sin un céntimo y con la piel ajada, se sentó frente al tocador. Comenzaron a brotar todas las lágrimas que no se había permitido derramar en el pasado. Su rostro se escondía tras capas de maquillaje que habían formado una máscara aparentemente imborrable con el  paso del tiempo. El llanto arrastró toda aquella pintura de guerra. Para su sorpresa ante ella se mostró un rostro sereno, surcado de pliegues, pero todavía hermoso.

Se le abrieron los ojos ya limpios hasta vislumbrar la clave. Había librado una gran batalla contra la visión que de sí misma tenían los demás. Una imagen enferma, distorsionada, que la mantenía confundida y la convertía en pobre de espíritu.  Le había costado más de siete décadas llegar a una conclusión tan simple como certera: En la sencillez reside la belleza.


Texto: Rosa Muro @pink_wall

lunes, 3 de noviembre de 2014

INVISIBLES

Fotografía: Fran Gala @erfran72




El amanecer despierta desesperanzado de nosotros. El alba ya no le echa ganas al mundo. Hace tiempo que no nos tiene fe. Los rayos de sol nos persiguen intentando acariciarnos la piel y casi siempre se quedan a las puertas de lograr templarnos. Nuestra prisa les esquiva y acaban finalmente dándose por vencidos. Se dan media vuelta cabizbajos y con los hombros encogidos. Nos dejan por imposibles, con la tez cetrina, sin brillo y la mirada opaca de sueños.

Corremos. Corremos intentando llegar a lugares que sabemos inalcanzables de antemano. Tenemos la certeza de que la perfección que anhelamos no existe. Y a sabiendas de todo esto nos aferramos a esa quimera. Nuestro afán nos envuelve en una necedad ciega que ni siquiera nos molesta. Rozamos los límites de la ridiculez y nos convertimos en seres absurdos y patéticos.

Escalamos cimas sin pararnos en los miradores a apreciar el paisaje. Empujamos a la cuneta a quienes creemos que nos puedan adelantar en la subida. Llegamos incluso a pisotear los  cuerpos sin vida de quienes se quedaron en el camino. Intentamos conquistar el fin del mundo cuando tan siquiera sabemos apreciar el regalo que supone el inicio de un nuevo día.  

Vivimos tan acelerados que nuestra esencia se desintegra. Nos acabamos desdibujando. No olemos, no sentimos, no palpamos. Perdemos la capacidad de ver a los demás. Nuestro propio reflejo se pierde. Somos invisibles.

Menos mal que la naturaleza, pese a su desesperanza hacia nosotros, es generosa y no se rinde. Nos sigue dando el voto de confianza que no deberíamos merecer. Por eso cada mañana vuelven los rayos de sol que parecían vencidos para darnos una nueva oportunidad. Quizás deberíamos probar a permanecer inmóviles y dejarnos templar. 


Texto: Rosa Muro @pink_wall

lunes, 20 de octubre de 2014

CUANDO NO ESTÉS



Fotografía: Fran Gala @erfran72


Cuando no estés el resto del mundo sólo me mirará y ni siquiera alcanzará a verme. Me convertiré en espejismo etéreo de lo que fuimos. Mi colchón entrará  en fase lunar creciente, se hará inmensidad. Sus extremos se desdibujarán y su ancho no tendrá fin.

Cuando no estés la Tierra ya no girará bajo mis pies. Permanceré inmóvil en mi órbita de dos. El tiempo se parará porque tú ya no volteas nuestros relojes de arena. Se me deshilachará el ribete de todas las faldas que me cosiste a besos. No habrá hilo en el mundo que los pueda rehacer.

Cuando no estés el mar me salpicará los ojos. La sal me nublará la vista y te lloraré con la sonrisa empapada en salitre y los pies mojados y vivos. Mis heridas se abrirán desgarradas y la sal escocerá como nunca. De todos mis dolores el tuyo será el mas dulce.

Cuando no estés se desatarán todas las tormentas antes jamás nacidas. Un rayo atronador me alcanzará el corazón de lleno. Y nunca más mis latidos volverán a acompasar.

¡Qué gran suerte la mía, amor! Porque siempre vas a estar.


Para N.

Te quiero. 


 Texto: Rosa Muro @pink_wall

lunes, 13 de octubre de 2014

ESTRELLA

Fotografía: Fran Gala @erfran72



La hermana Sofía siempre me decía que me auguraba un futuro con estrella. Le gustaba hacer aquel juego tonto de palabras con mi nombre. Cada mañana, al entrar al dormitorio para despertarnos, cantaba. Aquel canturreo es uno de los recuerdos más dulces de mi infancia en el orfanato.

Los domingos de visita siempre vestías un abrigo color burdeos. Olías a hierbabuena y a jabón de Marsella. Me abalanzaba sobre ti y me hacía un ovillo en tu regazo sin darte tiempo a desprenderte de aquel gabán viejo y deslucido. Tenías aspecto cansado, pero a mí me parecías la madre más bella del mundo. Salíamos del convento y paseábamos hasta el banco que había bajo el puente. Allí pásabamos horas y horas de risas y confidencias.

Empecé a apuntar tus faltas a nuestra cita semanal en una libreta de música. Por cada ausencia tuya yo dibujaba una corchea negra en el pentagrama. Cuando se agotaron todas las hojas no quise comprar otro cuadernillo más.  Compuse una sinfonía completa, triste y sin sentido.

La hermana Sofía me acariciaba el pelo mientras repetía una y otra vez: -Un futuro con estrella, niña.-

Yo sonreía a la monja, le besaba en la mejilla, consciente de su incipiente demencia y la dejaba en su mundo para regresar al mío, al crudo, al real. Pobrecita. Lloraba en silencio cuando llegó el momento de salir de allí  y empezar a volar sola. Aquel día, sorprendemente, recordaba mi nombre. Me gritaba: -¡Estrella!- y agitaba la mano sonriendo mientras las lágrimas le surcaban las mejillas.

Encontré tu carta una mañana de hierba escarchada, revolviendo en el fondo de un armario.  Apareció el cuadernillo de música y la carta dentro de él. Me senté en la escalera del porche, estupefacta,  al ver tu nombre en el remite. Me temblaban las manos. No la pude abrir. No allí. Me vestí con ropa cómoda y me encaminé hacia nuestro banco, bajo el puente, frente al río. Me senté y la leí.  

Querida Estrella:



Te llevo en mi pensamiento cada segundo, cada latido. Mi vida en prisión es llevadera, no te preocupes por mí. El mayor dolor de mi corazón fue no poder darte un abrazo y explicarte qué iba a pasar antes de ingresar aquí. Pedí a Sor Sofía que lo hiciese en mi nombre y que te entregase estas letras. Confío en que lo hizo así. Volveremos a estar juntas. Te lo juro. En cuanto salga de aquí iré a buscarte. Y no volveremos a separarnos jamás. Te doy mi palabra.



Te quiere

Mamá.

La carta estaba fechada quince años atrás. Hacía ya siete que yo había inciado mi vida de adulta, al cumplir la mayoría de edad. Y tan sólo unos meses desde que el Alzheimer se había llevado a Sor Sofía.

Guardo la carta dentro de mi libreta, empapada de aquella sinfonía triste y gris. Es lo único que me queda de ti. No cumpliste tu palabra. No has venido a buscarme. Ni siquiera sé si quiero conocer el motivo. Al menos tengo la certeza de que la hermana tenía razón. Tengo estrella. Una estrella grande y brillante que me acaricia el pelo desde el cielo y me sonríe agitando la mano mientras canturrea con suavidad para despertarme cada mañana. 


Texto: Rosa Muro @pink_wall





lunes, 22 de septiembre de 2014

LA DULCE LYDIA

Fotografía: Fran Gala @erfran72




El olor a humedad de la moqueta sucia del hotel se le había quedado incrustado tras las cuencas de los ojos. Resultaba nauseabundo. Le recordaba vagamente a la primera vez que se acostó en el catre de su celda y se tapó con aquella manta raída y desgastada. Encendió un cigarro e inhaló con fuerza intentando enmascarar aquel recuerdo.

Las cortinas de la habitación amarilleaban por las esquinas y había agujeros de pequeñas quemaduras a través de los que se colaba la luz de la calle. Se imaginó a algún otro individuo taciturno, como él, espiando desde aquella ventana mientras fumaba. Quedaba claro que no era él quien primero lo hacía.

Llevaba allí tres días encerrado, sobreviviendo a base de cerveza caliente y pizza fría. Manjar de dioses si lo comparaba con los últimos cuatro años de encierro. Cada vez que bajaba al comedor, durante aquellos interminables meses, cerraba los ojos delante del plato e imaginaba que se trataba de una de las deliciosas recetas de su dulce Lydia. Sólo así conseguía tragarse sin vomitar aquella bazofia a la que el malnacido del alcaide llamaba comida.

El segundo día en prisión conoció a Marcelo. Nueve años y un día por intento de homicidio. La ascendencia italiana de ambos les convirtió en reclusos inseparables. Le acogió bajo su protección con el beneplácito de Don Luiggi, uno de los caciques del módulo, después de que éste último decidiera que el preso nuevo le caía bien. El día que a Marcelo le concedieron la libertad se sintió huérfano como un niño. Le hizo jurar que cuidaría de Lydia hasta que a él le soltaran. De aquello hacía 7 meses. 

El sonido de un claxon en el exterior le devolvió al presente. Se dio cuenta de que, en su retraimiento, el cigarro se le había consumido entre los dedos. Encendió otro pitillo, lanzó el mechero sobre la cama, echó un vistazo rápido a su reloj de bolsillo y volvió a mirar de soslayo por la ventana. Allí estaba él: Marcelo, al que consideraba como su hermano, apostado junto a una farola. 

Había llegado el momento. Se acercó al armario, sacó un arma y comprobó que estaba cargada. Retiró el seguro. Apagó el cigarrillo en la moqueta. El olor a moho y a traición le envolvieron por completo revolviéndole el estómago. Respiró hondo, abrió el ventanal, se apoyó en el alféizar apuntando hacia la farola y esperó pacientemente a que, en cualquier momento, su dulce Lydia apareciese a la vuelta de la esquina. 


Texto; Rosa Muro @pink_wall

lunes, 15 de septiembre de 2014

¿ME LLEVAS A VER EL MAR?


Fotografía: Fran Gala @erfran72

-¿Me llevas a ver el mar?

Cada verano la misma pregunta. Cada verano desde aquel fatídico junio que ensombreció el futuro de los dos. Él nunca contestaba a la pregunta. Se mantenía callado al otro lado del teléfono, sintiendo la desesperación de quien escuchaba al otro lado de la línea. Aquel tono dulce con el que ella preguntaba, aquellos tintes de súplica que le desesperaban.

En cada una de aquellas conversaciones clandestinas, escondidos en armarios y cerrando puertas para no ser escuchados por oídos insidiosos, siempre terminaban hablando de lo mismo. Él era consciente de que aquel era su sueño, su anhelo desde pequeña. Desde que todo se truncó por su culpa. Y por esa razón decidió que debía esforzarse y organizarlo todo. Se lo debía.

Lo planificó durante noches enteras, porque era al caer el sol cuando la lucidez le aclaraba la mente. El mayor de sus problemas eran sus padres. Los de ambos. Ninguno de ellos lo permitiría jamás. Les habían obligado desde niños a cambiar de acera cuando se cruzaban en el pueblo. Les habían prohibido hablar, bajar la mirada incluso. En la iglesia, en la escuela, en algún encuentro fortuito a la vuelta de cualquier esquina. La enemistad enquistada entre familias desde lo sucedido pretendía truncar lo que sentían. Pero los demás no entendían que lo suyo era algo imparable.

Si accedía a los deseos de ella tal vez fuese lo último que hiciese en la vida. Pero prefería no pensar en eso. Además, el sacrificio valdría la pena. Desoyendo a todo el mundo puso en marcha su plan. La fue a buscar una noche templada de San Juan. Ella esperaba tranquila, apostada tras el portalón del patio.  Se montaron en el coche y pusieron rumbo a la costa.

Atravesaron la península y después de varias horas de viaje y cansancio llegaron a su destino. Se apearon y atravesaron dunas recibiendo el viento en la cara. Ella, con pasos temblorosos, él, agarrando su mano para no dejarla caer.

Al llegar a la orilla del mar y con los pies sumergidos entre la espuma ella le preguntó: -¿Cómo es? Apenas lo recuerdo. ¿Es bonito?-

Él la  miró con los ojos inundados en lágrimas contenidas durante todos aquellos años  y le respondió: -Sí, es bonito. Es azul. Como tus ojos.-

La joven mantuvo la mirada perdida, como siempre, aspirando el olor a salitre, sonriendo. Él continúo llorando, en silencio, mientras recordaba aquel fatídico día de junio en el que un inocente juego de niños le privó a ella de tan grandiosa visión.



Texto: Rosa Muro @pink_wall

Basado en una idea original de Fran Gala



¡Queridos pupileros! 

Ya estamos de vuelta tras nuestro descanso estival. Si estáis leyendo esto no nos queda  más que agradecer vuestra fidelidad y paciencia al esperarnos. Ojalá está nueva temporada que comenzamos consigamos crecer en la medida en la que os merecéis todos los que nos seguís. Deseamos que vuestro verano haya resultado tan placentero como el nuestro. Nos seguimos viendo y leyendo por aquí. Y recordad... ¡mantened las pupilas  bien abiertas!

Besos y abrazos para todos.

Rosa y Fran.

miércoles, 2 de julio de 2014

UN LIBRO DE SONRISAS (descarga gratuita)

Portada del e-book disponible en BUBOK. Descárgalo gratis pinchando AQUÍ


¡Hola pupiler@s! 

Hacemos un pequeño parón en nuestro recién estrenado descanso estival para contaros algo que no os podéis perder, porque seguro que os va a gustar mucho. Si os interesa la psicología, el coaching, el pensamiento positivo, el buen rollo vital... si os gusta sonreír y que os sonrían, atentos.

Rut Roncal, Gerente en Cegos, e Iñaki González, técnico de RRHH en FHC y CTO de Osenseis, son dos grandes amigos de esta casa. Ambos publican todos los primeros martes de mes en sus respectivos blogs una entrada colaborativa (#a4manos) con la excusa de una fotografía en común y con el objetivo de buscarle el lado positivo a las cosas de la vida.

El mes pasado decidieron abrir el reto a todos aquellos blogueros que quisieran adherirse voluntariamente en torno a la foto seleccionada. Desde La Pupila Imantada  también nos animamos a participar en su momento, como muchos recordaréis, con un post que escribió Rosa Muro y que podéis leer AQUÍ

Más de 40 blogs asumieron el reto y el resultado es una recopilación de entradas maravillosas que estamos seguros de que arrancarán las sonrisas de todos aquellos que se animen a leerlas. Rut e Iñaki han tenido la genial idea de reunirlas todas en un e-book que podéis conseguir de forma gratuita en BUBOK.

DESCARGA GRATUITA: 


¡Gracias chicos por el trabajo que os habéis tomado! Estamos felices de formar parte de un proyecto tan satisfactorio. ¡El resultado es increíble!

¡Animaos a echarle un vistazo y dejadnos vuestros comentarios, pupiler@s! ¡Feliz verano!


Rosa y Fran



 


lunes, 30 de junio de 2014

DE BICICLETAS Y BRISAS

Fotografía: Fran Gala @erfran72



El sol ha desplegado toda su luz. Al fin. El verano ha comenzado. Abrid las ventanas de par en par, atesorad la brisa de la tarde y aferraos a los rayos que amanecen y que alimentan las almas. Rescatad las viejas bicis del trastero, pasead con ellas entre alamedas y silbidos y dejaos llevar cuesta abajo, con el viento pegado a la cara y la melena revuelta a gritos por la inercia de la alegría.

Echamos el cierre una temporada.. Toca descansar de letras, zooms y objetivos. Un descanso pequeñito. El tiempo justo para que podáis ir guardando imágenes e historias en una cajita, junto con las conchas y caracolas de la orilla de la vida. Así, cuando volvamos, abriremos todas esas cajitas y disfrutaremos como niños descubriendo su contenido.

Quedamos en septiembre para que nos mostréis las  marcas que durante este par de meses os ha dejado el sol sobre los hombros, la brisa en las mejillas y la grava en las rodillas. Que esta breve ausencia no nos borre del mapa de vuestras pupilas.

Nos vemos, nos sentimos, nos leemos.


¡Feliz verano pupiler@s!


¡Gracias siempre, GRACIAS!



Rosa y Fran


Texto: Rosa Muro @pink_wall

lunes, 23 de junio de 2014

EL AMIGO DE NICO

Fotografía: Norberto Santos @norbertosl

Queridos pupileros:

Como muchos sabréis nuestro blog tiene alma mitad sevillana mitad pamplonica. Es por eso que ya nos encontramos calentando motores para disfrutar de los festejos en honor a San Fermín. Esta semana queremos compartir con vosotros un pequeño relato con el que hemos participado en el IV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín, en el que se nos retaba a contar algún aspecto de las fiestas en tan sólo 204 palabras. Seguro que muchos de los que nos leéis desde Navarra os veréis reflejados en nuestro personaje. Esperamos que disfrutéis tanto leyéndolo como nosotros escribiéndolo. No ha habido suerte en el concurso, pero ya estamos con las pupilas bien abiertas en busca de ideas para la convocatoria del año que viene.
Os animamos a dejarnos un comentario sobre vuestra experiencia en los Sanfermines si es que habéis tenido la suerte de poder vivirlos en directo. Ahí va nuestra historia:





Corrió despavorido intentando escapar del cabezudo con cara de vinagre. Atravesó la plaza entre el gentío, ensordecido por el sonido de las charangas, buscando un escondite. Al ver el portalón entró sin pensar. El silencio le paralizó un instante, pero enseguida decidió que aquel lugar le gustaba.  

Se acercó a un banco y se sentó. El tintineo de las velas le tuvo entretenido un rato. Entonces le vió. Tenía la tez morena, sonrisa cercana y mirada chispeante. Le guiñó un ojo. A él le dio la risa y se tapó la boca intentando ocultar que le faltaba un diente.

-  Hola Nico. Hacía mucho que no venías por aquí.

Abrió los ojos como platos al escuchar su nombre. Se puso tan nervioso que le entraron ganas de hacer pipí.

-  No temas, pequeño. Tus padres vinieron a verme cuando naciste. Es normal que no me recuerdes.

Nico se puso colorado, balbuceó algo y salió corriendo atolondradamente empujando a su paso un atril que cayó al suelo con estruendo. El moreno soltó una carcajada.

Se abrió de nuevo la puerta de la iglesia y entró un grupo de turistas. Él se ajustó la mitra y recompuso el gesto estático. Pero sus ojos divertidos continuaban chispeando. 


Texto: Rosa Muro @pink_wall


lunes, 16 de junio de 2014

COSAS QUE YA SABES PERO QUE ME GUSTA RECORDARTE, AMOR



Fotografía: Fran Gala @erfran72



Amarte es caminar con pies de alivio sobre arena ardida.

Amarte es respirar con ansia ese viento que sé que me envidia.

Amarte es contar las horas en fracciones de desliz sin freno.

Amarte es reírme por fin de penurias, soledad y miedo.

Amarte es descubrir que hay noches claras dentro de los días.

Amarte es saber inventar manantiales entre dunas frías.

Amarte es compartir el pozo de deseos que no acaban nunca.

Amarte es abrigar tu piel hasta que la mañana despunta.

Amarte es no saber callar a mi cuerpo que te llama a  gritos.

Amarte y al fin anhelar que tú anheles mi desvarío.


Texto: Rosa Muro @pink_wall 


lunes, 9 de junio de 2014

UN DÍA DE FIESTA

Fotografía: Fran Gala @erfran72





¡Saludos, pupiler@s! 


Esta semana continuamos con nuestras colaboraciones mensuales de otros escritores diferentes de Rosa Muro (@pink_wall). Esta vez le hemos hecho llegar una de las fotografías de Fran Gala a nuestro amigo Ricardo García para que inventara una historia cuyo resultado nos ha enganchado de principo a fin. Como comprobaréis, es más larga de lo habitual, pero nos ha gustado tanto que pensamos que  no le sobra ni una coma. Esperamos que el resultado os agrade tanto como a nosotros. ¡Gracias Ricardo! Estamos seguros de que vais a disfrutar de su pericia con las palabras, su imaginación y su creatividad. Si os quedáis con ganas de más podéis leerle en netbookk, un rincón maravilloso cargado de sugerente sensualidad. 
Os dejamos ya con su relato:




-         Ya se acercan, papá – me dice Pablo, bajando rápido de la silla y asomándose a la puerta.

Al fondo de la calle ya se pueden escuchar los tambores y empiezan a verse los primeros gigantes y cabezudos. El desfile está a punto de llegar a la puerta del Bar de Manolo, porque para mí siempre será así, por mucho que quien esté ahora detrás de la barra haya venido de muy al este, tenga los ojos rasgados y casi no sepa hablar nuestro idioma.

-         ¿Cuánto es? – le pregunto al camarero.

-         Un eulo – me contesta, con ese acento particular, y sonriendo tan amable como siempre.

-         Aquí tiene. Gracias – me despido con una media sonrisa, dejando una pequeña propina.

Y aunque no podría jurar que fuesen los mismos, al fin y al cabo, es gracias a ellos por lo que puedo estar ahora de nuevo en mi ciudad, a la que no había vuelto desde hacía muchos años…

-         Vamos Papá, que ya llegan – me recuerda Pablo estirándome nervioso de la manga. Excitado ante la posibilidad de ver, por fin,  a los Gigantes y Cabezudos de los que tantas veces me ha oído hablar.

Hoy es el día grande de las Fiestas Patronales, que empezaron ayer y acabarán mañana. Pero en ocasiones, si el calendario lo permite, la ciudad se contagia de la alegría de la incipiente primavera y empalma uno detrás de otro hasta cinco días de fiesta en los que le dice adiós al riguroso invierno de estas tierras para recibir con fiestas, pasacalles y mucha alegría, a las flores, al sol y a la nueva cosecha, símbolo de prosperidad. 

Esos días de fiesta de hace unos cuantos años, fueron mi punto de inflexión, el momento, la oportunidad que aproveché, desesperado, para acabar con una temporada aciaga de mi vida que había comenzado cuando cerraron la fábrica para recalificar los terrenos y tuve que empezar a aceptar trabajos por cuatro duros. Mientras hubo obras en marcha la cosa fue medio bien, me apañaba con la paleta y sabía de electricidad, pero llegó la maldita crisis y las cosas se torcieron aún mas. Maria enfermó y su enfermedad no solo se llevó la alegría de la casa, sino que consumió buena parte de los ahorros que habíamos podido reunir durante tantos años de esfuerzo. Al final tuvimos que malvenderlo todo a estafadores y usureros que aparecieron por allí oliendo la carroña, como un tal López, que enseguida se hizo muy amigo del alcalde. Juntos, querían echarnos de nuestra casa porque al recalificar unos terrenos cercanos, la Ley nos obligaban a pagar las obras de urbanización a los vecinos y muchos de nosotros no podíamos hacerlo. El banco, junto con López y el alcalde, habían planeado la jugada para hacerse con todo y construir una urbanización de lujo.

Pero justo cuando estaba más desesperado, un pequeño golpe de suerte hizo que me saliera un trabajo en el banco para arreglar los baños y hacer algunas chapucillas en la sucursal. Como querían gastarse poco dinero, acepté trabajar en negro, los fines de semana y por las tardes. No tuvieron más remedio que dejarme ver los planos ya que las instalaciones eran muy viejas y podía acceder a todas las dependencias del banco. Una tarde, estando revisando la instalación eléctrica, me di cuenta de lo fácil que sería entrar por un tabique muy delgado que comunicaba con la tienda de al lado, pero deseché la idea. Lo mío siempre había sido trabajar. Al fin y al cabo yo era una persona honrada, pensé para mis adentros. Pero al día siguiente mientras revisaba el falso techo escuché sin querer, a través de los conductos de ventilación, una conversación en el despacho del director, que me hizo cambiar de opinión...

Escuché la voz del Alcalde, también pude distinguir que estaban López, una mujer y el director. Entre los cuatro hablaban de repartirse un suculento adelanto que recibirían de la constructora a la cual le habían prometido unos terrenos donde construir una urbanización de lujo y un campo de golf. 

Según decían, el dinero, varios millones, llegarían en efectivo el viernes siguiente justo antes de empezar las fiestas y el director se encargaría de guardarlo en una de las cajas de seguridad: la 533, la de López: “la más grande”, les escuché bromear entre carcajadas.

En ese momento decidí que esa sería mi oportunidad. Así que lo preparé todo para dar el golpe durante las fiestas del pueblo. Bastó con dejar unos falsos tabiques tapados con placas de escayola, un acceso por el falso techo a la sala de las cajas de seguridad y un circuito eléctrico alternativo para inutilizar las cámaras de vigilancia durante unas horas. Del Bar de Manolo, donde comía a diario, me procuré unos restos de bocadillos y latas de bebidas vacías, lo metí todo en el congelador dentro de bolsas, procurando no dejar huellas. En dos días ya lo tenía todo preparado, y solo quedaba esperar.

El viernes por la mañana pude ver como un furgón blindado dejó varias sacas de dinero que el mismo director se encargó de guardar. Por la tarde le dije al interventor que tenía que salir antes y me marché dando un fuerte portazo. En realidad, volví sobre mis pasos sin que me vieran y me escondí en un hueco que había preparado en el almacén moviendo una estantería medio metro hacia delante esperando a que todos se hubieran ido.

Pasadas las dos de la madrugada, cuando estuve seguro de que no quedaba nadie y aprovechando el ruido de la verbena en la plaza, hice un agujero en el tabique que comunicaba con la tienda de al lado, moviendo los escombros para dejarlos dentro del banco y tapé mi escondite con los tabiques de pladur y la estantería. Por el hueco que había preparado en el falso techo me colé dentro de la sala de las cajas, anulando las cámaras y las luces con el puente eléctrico que había instalado y busqué la 533. No me resulto difícil reventar la cerradura y sacar el contenido. Efectivamente había muchísimo dinero, todo en billetes de 100 y 200 euros, algunos documentos y dos libretas negras. Lo guardé todo en una mochila, y antes de marcharme tuve la precaución de dejar esparcidos por el suelo varios de los billetes y los restos de comida congelada. Además abrí otras cajas y tiré por el suelo todo lo que se encontraba dentro, organizando un pequeño caos. Al cabo de media hora, salí del banco por el boquete que comunicaba con la tienda y desde allí escapé por la puerta de atrás que daba a un callejón. rompiendo la cerradura por fuera para hacer ver como que la habían forzado. 

Dos calles más abajo había un solar, limpiado de escombros recientemente, donde López pretendía construir un hotel. Salté la tapia y escondí la mochila en el hueco de una vieja chimenea que había al fondo, tapé el agujero con una madera que había dejado allí. Volví al callejón y me quité el mono, los guantes y la gorra que llevaba. Los metí en una bolsa de basura y los arrojé a un contenedor tres calles más para allá. Rodeando la verbena de la plaza, me fui hacia el bar de Manolo, antes de entrar cogí una pequeña botella de coñac que había preparado, le eché un trago, me tiré el resto por encima, y entré dando tumbos en el bar. 

No me fue difícil encontrar unos jovencitos forasteros con ganas de bronca. Me costó una paliza y pasar entre el cuartelillo y el hospital esa noche y todo el día siguiente, pero ya tenía fabricada la coartada perfecta. Cuando el lunes por la mañana entraron a trabajar al banco, yo estaba saliendo de las urgencias del hospital acompañado por un enfermero, con un brazo en cabestrillo, el ojo morado y contusiones en todo el cuerpo. Por supuesto no puse ninguna denuncia, y cuando la policía me fue a buscar a casa como sospechoso por el atraco, solo tuve que enseñarles el parte de lesiones del Hospital. Registraron toda la casa, la furgoneta, el patio … me estuvieron interrogando muchas horas y me llevaron a comisaría para comparar mis huellas, pero al cabo de dos días, me dejaron tranquilo.

Ese mismo jueves, fui al banco a decirle al director que no podía acabar las obras de la sucursal; a cobrar por el trabajo realizado y a decirles que si querían les enviaba a un amigo que las podría terminar. Me recibió visiblemente nervioso, sin casi mirar mi factura me pagó en efectivo y me dijo que no hacía falta que viniera nadie, que ya se las apañarían. Al salir hablé con la interventora que me contó como la policía había tomado huellas de todos los empleados y de que le habían comentado que el trabajo parecía obra de unos profesionales que buscaban algo en concreto. Todos ellos eran sospechosos, el Director sobre todo.

Tardé dos semanas en volver al solar. Una madrugada recuperé la mochila y con la excusa de que tenía que descansar de la paliza, me marché lejos con Pablo. Paramos en un camping, a mucha distancia de nuestra ciudad y allí pude ver, por fin, lo que tenía la mochila. Más de tres millones de euros en billetes usados de todos los tamaños en paquetes sellados al vacío; documentos de escrituras de propiedades a nombre de López y de otras personas y, lo mejor de todo: las libretas. Una relación detallada de nombres, fechas y cantidades pagadas, a políticos y funcionarios municipales de varias ciudades como prueba irrefutable de sus sobornos y malas artes.

El dinero lo guardé en un escondite que construí, al volver, en casa y continué con mi vida normal. Poco a poco, pasó el tiempo. Pablo iba creciendo y eso me permitía dejarlo con una tía contándole la excusa de que me había salido un trabajo en otra ciudad. Fui cambiando, sin prisas, todo el dinero hasta hacerlo desaparecer. Con el dinero limpio, me compré una pequeña casa en una ciudad al otro lado del país, la reformé, la amueblé y abrí un comercio. Al cabo de tres años, cogí a mi hijo, cerré la casa y desaparecí. Mientras, aprovechando cada viaje, iba dejando cartas anónimas con fotocopias de las libretas de López destinadas a dos conocidos periodistas. Poco a poco les fui enviando las piezas de un puzzle que solo se podía componer si juntaban las informaciones que les había ido enviando. Al final, le conté la verdad a uno de los dos y este publicó inmediatamente su parte, el otro se dio cuenta rápidamente de que lo que tenían en las manos era una bomba y, sin que sirviera de precedente, decidieron colaborar. 

A López lo pillaron tratando de cruzar la frontera de Brasil escondido en un camión de piñas. Al alcalde y al director del banco les acusaron de complicidad y les cargaron el muerto del atraco. Uno a uno fueron cayendo concejales, secretarios y toda la trama de políticos y funcionarios corruptos y, al final supe de carambola, quién era aquella mujer que escuché hablar en el banco: la abogada de la compañía constructora que pagó, con su cargo y varios años de cárcel, las culpas de su empresa. Una vez todo estuvo en orden quemé las libretas.

Hoy, es día de Fiesta y volviendo a ver desde la acera en enfrente, la estatua del ángel alado que corona el edificio del banco, en la misma puerta del Bar de Manolo y con Pablo a mi lado, disfrutando de las risas y de la música, no puedo dejar de sonreír al pensar en que la única persona que podía haberme delatado, la única que sabía que había jurado dejar de beber sobre la tumba de Maria, la que me había escuchado todas las penas durante años y sabía exactamente por todo lo que había tenido que pasar: Manolo, el del Bar, hubiera recibido, casualmente, una suculenta oferta por su local a los dos meses del atraco por parte de un abogado que después de vaciarlo, lo mantuvo cerrado durante un año, hasta que se lo vendió a unos chinos.

Miro la estatua y pienso en Manolo: en las veces que me había confesado su sueño para cuando pudiera jubilarse y marchar al sur, al pueblo de sus padres a tostarse al sol y pescar. Pienso en su mirada interrogante aquella noche y en el leve guiño que le mandé antes de recibir el primer puñetazo. 

Nunca volví a saber de él, pero me consta que todas las navidades, mi tía que también lo conocía y a la cual nadie va a tirar de su nueva casa, recibe una postal donde se ve una playa llena de barcas de pescadores. No lleva remitente y solo pone: “Feliz día de fiesta”, pero para mí, eso es más que suficiente.


Texto: Ricardo García
Twitter: netbookk
About.me:  netbookk

martes, 3 de junio de 2014

ME QUIERO

Esta semana La Pupila Imantada cumple un año de vida y lo queremos celebrar sumándonos al proyecto #a1000manos que nos brindan nuestros amigos Iñaki González (@goroji) y Rut Roncal (@rutroncal), que unen sus blogs una vez al mes para intentar arrancarnos, consiguiéndolo siempre, una sonrisa y, sobre todo, hacernos pensar.  Con esta iniciativa pretenden que el mayor número posible de blogueros reflexione sobre la imagen que os brindamos aquí arriba. Esperamos que os guste la idea, a nosotros nos encanta y nos sentimos entusiasmados de participar en ella. Si queréis leer otros posts que se hayan sumado a este movimiento podéis buscar el hastag #a1000manos en Twitter y Facebook.

¡Un millón de gracias a todos los pupiler@s por el apoyo que nos habéis mostrado todos estos meses! 

¡Vamos allá!




Me quiero. Me quiero muchísimo. Es tan grandioso el amor que me profeso que siempre me queda algo que dar a los demás. Esa es la clave de mi vida plena. Acepto mis virtudes y adoro mis imperfecciones. Aprendí a valorar estas últimas con ayuda del sabio pasar del tiempo.

Por supuesto hay días en los que este amor se tambalea. Pasamos por crisis, como cualquier otro amor. Cuando eso sucede espero a que llegue la noche y me alejo de la ciudad, allí donde las luces de la rutina se hacen humo, se silencian y se convierten en cantar de grillos y chicharras. 

Además de amor soy una estrella fugaz. Me tumbo sobre el capó del coche con un brazo bajo la cabeza y escudriño el cielo hasta que me veo aparecer. A veces me cuesta encontrarme pero siempre aparezco.

Me veo pasar en una milésima de segundo, vibrante, luminosa. Entonces cierro los ojos para pedir un deseo. Mi deseo soy yo misma. Me pienso con intensidad y me quiero. Si me quiero  a mí, sé que me sobrará amor para hacer feliz a aquellos que merecen mi cariño. Y a los que no lo merecen tanto, tal vez, un poquito también.

Alcanzo mi cota máxima de amor propio a medianoche, cuando la lluvia de estrellas ya ha cesado. Ya no puedo quererme más. Cuando he llegado a ese punto sé que puedo seguir amando. Entonces dedico el tiempo que resta hasta que amanece a seleccionar, de entre todos los puntitos de luz que arropan mi cabeza ahí arriba, aquellos que destacan sobre los demás. Y decido amarlos también. Ellos son las estrellas de mi vida.

Me quiero. Soy feliz. Somos felices.


Texto: Rosa Muro @pink_wall

lunes, 26 de mayo de 2014

UNA PUERTA AL PARAÍSO

Fotografía: Fran Gala @erfran72

¡Saludos, pupiler@s! 

Esta semana continuamos con una serie de colaboraciones de otros escritores diferentes de Rosa Muro (@pink_wall). Esta vez le hemos brindado una de las fotografías de Fran Gala a nuestra maravillosa Mara para que inventara una historia llena de encanto, tal y como es ella. Esperamos que el resultado os guste tanto como a nosotros. ¡Gracias Mara! Esperamos que disfrutéis de su delicadeza con las letras, su dulzura y su sencillez. Si os quedáis con ganas de más podéis leerle en villamara, su maravillosa casa.


  

No sé bien donde estoy, ni si he llegado. Con los ojos abiertos sólo veo oscuridad. Si los cierro, vislumbro una puerta estrecha pero enmarcada de vida, abierta de par en par para mí y mi bebé, tapizada de esperanza por sus bordes, plena de savia fuerte, alimentando hojas verdes y frescas, escupiendo oxígeno puro y gotas de agua dulce. Así debería ser la entrada de cualquier paraíso; el que yo sueño, el que sueñan los que dejé atrás y los que me acompañan en este viaje: el paraíso es una promesa de futuro, con una puerta tras otra que traspasar…

Respiro hondo y despierto del todo. Por fin he dejado atrás el viento abrasador que quema los pulmones en la aldea donde viví, pobre y hambrienta, con sus ramas secas, sus maltrechas casas de adobe y la tierra árida que se abre en dolorosas grietas, alimentándose con savia de sangre de los que se matan por un puñado de maíz. Ahora noto la brisa del mar tumbada en la orilla; otra puerta superada…

Está amaneciendo y veo las primeras luces del día. Siento dolor y sed, pero mi bebé ha despertado y gime en mi regazo. Por él hago el esfuerzo y aparto el salitre de su mejilla de ébano. Se mueve inquieto buscando el dulce de la leche de mi pecho. Una gota más que no sé si puedo ofrecerle. El viaje en la barcaza, atravesando el mar, ha agotado lo poco que queda de mí; días de terror apartada en la popa, arrinconada por el resto mientras protegía al pequeño bulto atado a mi cuerpo, todos apretados gritando sin eco al vaivén de la furia de las olas y la inclemencia del sol.

“Tranquila. Están bien. Le ayudaremos…”, suena una voz fresca y cantarina a mi lado. Brota de un rostro compasivo y luminoso, de intensa mirada verde. Quiero creerla y me permito vivir, descansar y soñar con una nueva puerta al paraíso... 


Texto: Maria José Barroso

Twitter:  @Mara_BC

lunes, 19 de mayo de 2014

EL ABUELO



Fotografía: Fran Gala @erfran72



Al principio de perderte temí olvidarme tu rostro. Tu piel curtida por el sol, las arrugas que conformaban el mapa de tu historia. Aquella media sonrisa de dientes intermitentes. Pero sobre todo me aterraba que de mi memoria se fuese atenuando el recuerdo de la chispa de tus ojos, cada vez más chiquitos, de un azul tan intenso como el mar que jamás te cansabas de mirar. Yo creo que por eso tenían aquel color tan increíble. Si te asomabas mucho a ellos te acababas sumergiendo en tu Mediterráneo del alma.  

Ese miedo a tu olvido se atenúa gracias a la certeza de que siempre voy a recordar tu olor. Olías a tabaco de liar, a caramelos de café y a loción de afeitado de la de toda la vida. Así, todo junto. Cuando echarte de menos se hace insoportable siento ganas de salir corriendo a comprar esas tres cosas e intentar hacer la mezcla para probar si, tal vez, con el experimento, volvieras durante un ratito a mí.

Siento pena. Pena infinita. Y rabia a raudales. Pena por no haber podido despedirme. Rabia porque tu partida ha privado a mis hijos de disfrutarte como todos merecíais. Tus nietos apenas te recuerdan. Ya casi no me preguntan aquello de por qué no te dejan volver del Cielo aunque sea por sus cumpleaños. El tiempo, cuando eres pequeño, actúa de bálsamo y la mente se acaba ocupando en juegos y nuevas aventuras. Ojalá yo pudiese volver a ser niño.

Pese a todo me siento afortunado. Sé que cada vez que quiera puedo volver al malecón y explicarles a los chicos que aquel era tu lugar favorito. Sé que puedo sentarme en tu rincón preferido, asomarme al mar y adentrarme de nuevo en tus ojos. A veces incluso tengo la sensación de que la espuma de las olas huele a loción de afeitar. De la de toda la vida. 


Texto: Rosa Muro @pink_wall