martes, 25 de junio de 2013

UN VESTIDO DE CEREZAS



¿Recuerdas aquel verano? Tú apenas tenías catorce y yo tan sólo un par de años más. La primera vez que te vi aparcabas una bicicleta destartalada junto a la vieja librería del pueblo. Llevabas el pelo recogido en un moño sujeto con un lápiz y aquel vestido corto estampado de cerezas. Tu falda bailaba al son del viento y te faltaban manos para hacerla entrar en razón. Yo te observaba desde la otra acera, fascinado con cada uno de tus movimientos, preguntándome si eras real. Más tarde me confesaste que aquel día tú también te habías fijado en mí.

Los amores de verano son estupendos y el nuestro no fue la excepción. Reíamos por tonterías, compartíamos secretos y nos besábamos hasta que se nos dormían los labios. Me contaste que sentías una atracción por los molinos de viento que rozaba la obsesión y que te morías un poquito si te alejabas demasiado del mar. Decidí crear para nosotros el lugar ideal. No necesité mas que un par de cuerdas resistentes y un tablón. Lo demás ya estaba allí esperando a que lo hiciéramos nuestro.

Fue allí donde pasábamos las horas y es allí a donde acudo a refugiarme cuando me invade la nostalgia o busco algo de paz. Me siento en el columpio que fabriqué para ti, ahora envejecido por el paso del tiempo y el salitre, cierro los ojos y escucho la sinfonía que componen las aspas de los molinos, el romper de las olas y el recuerdo de tu risa. Es como si regresarais tu vestido de cerezas y tú. Y vuelvo a tener dieciséis. Y me hormiguean los labios.
 


lunes, 17 de junio de 2013

LA TORRE Y EL CABALLERO






Aquel caballero vestía con desaliño. Su barba descuidada y unas manos de extraordinario tamaño le conferían aspecto de hombre rudo. Pero bajo esa apariencia escondía un corazón tendente a la ternura. Sabía que no podía permitirse el lujo de revelar semejante debilidad a sus enemigos, siempre al acecho, atentos a un paso en falso que él pudiera dar, ávidos de venganza y anhelantes de poder. 

Por eso portaba una coraza que mandó hacer a medida al herrero de la aldea. No era una coraza cualquiera. Estaba fabricada con los materiales más resistentes del Reino. Él mismo se encargó de salir a buscarlos. No se fiaba de nadie más. Recorrió minas recónditas y parajes abruptos. Eran lugares en los que ningún otro súbdito se atrevía a adentrarse. 

Cuando regresó con su botín, el herrero, al ver todo aquello, preguntó: 

- Pero, ¿qué necesidad hay, señor, de que porte una armadura de tamaña envergadura? ¿Acaso teme a las lanzas, las flechas y las espadas de aquellos que le desean el mal?

A lo que el caballero respondió: 

- Mi único temor, el que me roba las noches y me atenaza los días no está en la aldea. Mi mayor miedo se encuentra ahí arriba.- Señaló hacia la torre que, en lo alto de una loma, se erigía majestuosa sobre el pueblo. 

– Ella. Esa extraña doncella. Vive enclaustrada en la torre y me tiene fascinado. Nadie la ha visto nunca, pero dicen que una mirada suya enloquecería al hombre más cuerdo. Me robará el corazón y no puedo permitirlo.

El herrero le dio un par de palmadas secas en la espalda y con voz risueña le respondió: 

- Ya no tiene sentido temer, señor, porque su batalla está perdida. Ninguna coraza, por invencible que parezca, le podrá proteger del embrujo de una dama.

lunes, 10 de junio de 2013

MIS AGUAS DORMIDAS





Soñar que soy manantial. Desear hasta el delirio, desde mis aguas dormidas, que te acerques a mi orilla y las despiertes. Dejar correr mi torrente por debajo de tus ojos cuando te asomes a mí y sentir que rozas mis márgenes con tu pelo. Y cuando te hayas asomado, hacer que pare la corriente. Que tu mirada encendida transforme mi fluir sereno en borbotones. Entrecortar mi respiración de riachuelo, hasta entonces sosegado, al sentir el calor de tu mano, que se acerca como si fuera a tocarme, pero que decide pararse a mitad de intención. Aventurarme a ser yo quien te salpique primero. Concentrar todo mi  mundo en sentir que me acaricias, que resbalo entre tus dedos y que me dejo caer con desidia en el abismo de tu piel. Que te inclines aún más hacia mí y permitir que tu mirada se adentre en mis profundidades, que ahora ya son más oscuras. Gozar de cada segundo de esa incursión hasta que llegues a tocar fondo. Y que mis aguas acaben estallando de placer y que tú estalles con ellas. Soñar que soy manantial. Despertar y comprobar que mi cauce ahora está seco porque me has bebido entero.  

lunes, 3 de junio de 2013

LA ESPERA



Sentía que el mundo se había parado en aquella esquina. Echó otro vistazo al reloj y comprobó que las manecillas seguían girando. Las cuatro horas que llevaba allí le estaban lacerando el alma. Doscientos cuarenta minutos de tortura interminable. No quería hacer la cuenta de aquellos segundos que le ardían por dentro. Alguien dijo una vez que la espera desespera. A él  le estaba haciendo perder la cabeza. El corazón le latía desbocado, le sudaban las manos y las sienes le martilleaban hasta el punto de creer que le fueran a estallar en mil pedazos. Qué mas daba ya, si hacía mil vidas que su pensamiento ya no le pertenecía a él, que sólo existía por y para ella. La recordaba la noche anterior, sentada en el suelo del baño de aquel hotel, con las piernas cruzadas, la espalda apoyada en la bañera y esa camiseta gris desgastada que le quedaba grande, observándole divertida mientras él se afeitaba e inundando con su risa la habitación. Pero había una imagen que le quemaba aún más. Cómo se incorporó despacio, se acercó a él por detrás, le rozó el cuello con los labios y le susurró al oído con dulzura: "Mañana tú y yo nos iremos lejos". Pero mañana era hoy y él continuaba esperando.