lunes, 24 de noviembre de 2014

NO ME ESPERES

Fotografía: Fran Gala @erfran72



No me esperes. No te recrees en los lodos del recuerdo de mis arrepentimientos. Ya no soy constante. Ni tan siquiera mantengo un atisbo de linealidad. Te empeñas en que volveré, negándote a aceptar que la constancia es, por fin, la más invisible de mis virtudes. No voy a regresar a ti.

No me esperes. No te marques días señalados ni lugares especiales. Deja ya de celebrar aniversarios, primeras veces y últimos abrazos. No pongas flores frescas en el jarrón ni me invoques en tu almohada para acariciarme el pelo. Ya es tarde.

No fabules. No sueñes con que un día me giraré buscándote entre el gentío, me arrancaré el corazón y te lo entregaré sin reservas de nuevo. No imagines que me abandonaré entre tus brazos otorgándote el perdón. Porque he crecido más allá de las nubes y no tengo intención de descender. Porque ya no soy quien era.

No me esperes. No me pienses en nuestro rincón favorito del jardín. No creas que llorarme allí a medianoche va a provocar cambio alguno. Me hiciste sentir la letra pequeña al final del contrato. Rescindo nuestra unión y te absuelvo de cualquier pecado.

Si acaso guarda una pizca de esperanza, la mínima posible. Pero no me esperes. Me mantengo al margen de la ley de lo esperado abriendo ojos propios y callando bocas ajenas. Mis decisiones ya no consienten la marcha atrás. Ahora marco mis propias reglas.

Ahora me quiero.


Texto: Rosa Muro @pink_wall

lunes, 17 de noviembre de 2014

LA SONRISA CONGELADA


Fotografía: Fran Gala @erfran72


Lucía una piel perfecta, bronceada en su justa medida y los ojos rasgados enmarcados por pestañas infinitas. Tenía un cabello largo y ondulado con reflejos dorados impecables y unas piernas eternas que hacían suspirar a quienes en secreto soñaban con ella. Se aparecía etérea a ojos de quienes la miraban. Se esforzaba hasta el agotamiento para proyectar esa imagen.

Sentía un rechazo carente de lógica hacia la sencillez. Pensaba que al presentarse ante los demás sin artificios sus defectos se tornarían evidencias. Creía firmemente que al adornar su aspecto y su actitud conseguía disfrazar inseguridades y miedos.

Pasaba horas enteras frente al espejo buscando imperfecciones que sólo vivían en su imaginación. Se preocupaba por arrugas todavía inexistentes y olvidaba que el surco que formaba su sonrisa  poseía más atractivo que cualquier lápiz de labios de precio inconfesable. Su propio reflejo sólo le devolvía una sonrisa congelada.

Llenaba de barroquismo sentimental el gran vacío que se negaba a admitir que sentía. Cuanto más retorcidas eran sus relaciones más se aferraba a ellas. Su mala suerte crecía en la misma proporción en que maquillaba su vida. Tuvieron que esfumarse su belleza, su juventud y el marido millonario con quien se casó pese a que no le hacía feliz. Tuvo que perderlo todo para encontrarlo todo.

Una noche, al saberse sola, sin un céntimo y con la piel ajada, se sentó frente al tocador. Comenzaron a brotar todas las lágrimas que no se había permitido derramar en el pasado. Su rostro se escondía tras capas de maquillaje que habían formado una máscara aparentemente imborrable con el  paso del tiempo. El llanto arrastró toda aquella pintura de guerra. Para su sorpresa ante ella se mostró un rostro sereno, surcado de pliegues, pero todavía hermoso.

Se le abrieron los ojos ya limpios hasta vislumbrar la clave. Había librado una gran batalla contra la visión que de sí misma tenían los demás. Una imagen enferma, distorsionada, que la mantenía confundida y la convertía en pobre de espíritu.  Le había costado más de siete décadas llegar a una conclusión tan simple como certera: En la sencillez reside la belleza.


Texto: Rosa Muro @pink_wall

lunes, 3 de noviembre de 2014

INVISIBLES

Fotografía: Fran Gala @erfran72




El amanecer despierta desesperanzado de nosotros. El alba ya no le echa ganas al mundo. Hace tiempo que no nos tiene fe. Los rayos de sol nos persiguen intentando acariciarnos la piel y casi siempre se quedan a las puertas de lograr templarnos. Nuestra prisa les esquiva y acaban finalmente dándose por vencidos. Se dan media vuelta cabizbajos y con los hombros encogidos. Nos dejan por imposibles, con la tez cetrina, sin brillo y la mirada opaca de sueños.

Corremos. Corremos intentando llegar a lugares que sabemos inalcanzables de antemano. Tenemos la certeza de que la perfección que anhelamos no existe. Y a sabiendas de todo esto nos aferramos a esa quimera. Nuestro afán nos envuelve en una necedad ciega que ni siquiera nos molesta. Rozamos los límites de la ridiculez y nos convertimos en seres absurdos y patéticos.

Escalamos cimas sin pararnos en los miradores a apreciar el paisaje. Empujamos a la cuneta a quienes creemos que nos puedan adelantar en la subida. Llegamos incluso a pisotear los  cuerpos sin vida de quienes se quedaron en el camino. Intentamos conquistar el fin del mundo cuando tan siquiera sabemos apreciar el regalo que supone el inicio de un nuevo día.  

Vivimos tan acelerados que nuestra esencia se desintegra. Nos acabamos desdibujando. No olemos, no sentimos, no palpamos. Perdemos la capacidad de ver a los demás. Nuestro propio reflejo se pierde. Somos invisibles.

Menos mal que la naturaleza, pese a su desesperanza hacia nosotros, es generosa y no se rinde. Nos sigue dando el voto de confianza que no deberíamos merecer. Por eso cada mañana vuelven los rayos de sol que parecían vencidos para darnos una nueva oportunidad. Quizás deberíamos probar a permanecer inmóviles y dejarnos templar. 


Texto: Rosa Muro @pink_wall