lunes, 1 de diciembre de 2014

MÁS TRENES QUE MADRUGADAS



Fotografía: Fran Gala @erfran72


Acabo de ver pasar mi tren. O tal vez no haya sido en este mismo instante. Quizás haga ya un siglo desde que partió. No lo tengo claro porque no puse atención a su marcha cuando debí hacerlo.

Desde que lo vi salir vivo sumergido en una desorientación temporal. No sé cuándo es hoy, si mañana ya ha llegado, si el futuro existe o si simplemente me mantengo absorto en una ensoñación que me obliga a seguir adelante.

Siento miedo al intentar calcular cuánto tiempo hace que dejé partir el vagón al que sólo subió el que yo creía mi destino. Sólo recuerdo que su paso me sorprendió mirando embobado hacia otro lado. Y allí me quedé, anclado en al andén, sin capacidad de reacción. Desde entonces permanezco sentado en el banco de la estación. Creo que hace mucho tiempo de aquello porque me han crecido la barba, las uñas y la pena.

Me levanto con movimientos pesados y salto del apeadero a las vías con algo de dificultad. Me arrodillo frente a ellas. Ladeo la cabeza, la apoyo en uno de los travesaños e intento adivinar si se aproxima un tren nuevo. Los hierros incandescentes me marcan la mejilla para siempre. El dolor hace que, en un acto reflejo, me lleve la mano a la cara intentando adivinar el alcance de esa nueva cicatriz. Tengo la cara en carne viva y lo único que me arde es el pecho.

Tras explorar los estragos en mi rostro miro el mapa que conforman las palmas de mis manos. Por dejar pasar mi tren se me ha desdibujado hasta la línea de la vida. Por dejarlo ir, todas las fotografías que tomo desde la estación salen desenfocadas y en color sepia.

Benito, que lleva más de tres décadas de guardagujas, me dice al verme allí día tras día que no debería preocuparme. Que hay más trenes que madrugadas. Creo que haré caso de sus consejos. Al fin y al cabo no hay nadie en el pueblo que entienda más de asuntos ferroviarios que él. 

Texto: Rosa Muro @pink_wall