Fotografía: Fran Gala @erfran72 |
Bajó del coche y una oleada de sal le impregnó hasta lo más
hondo. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas. El viento le pegaba el cabello
a la piel a latigazos. Bajó la empinada cuesta luchando contra aquellas ráfagas
que soplaban a su favor y le obligaban a ir frenando con los pies para no caer.
Consiguió llegar hasta la arena a trompicones, casi a ciegas. Al instante de
pisar la playa, el viento, incomprensiblemente, cesó. Y se hizo el silencio más
atronador que jamás ella había escuchado. Ya no había ruido. Sólo sal. La sal
de sus ojos, la del mar, la que él dejo en sus labios.
Se secó las lágrimas con
el dorso de la mano y levantó la mirada al frente. Tras las dunas, casi
escondido, se alzaba el faro. Aquel faro modesto, casi tímido, que le enamoró la
primera vez que descubrió aquel lugar.
Decidió atravesar las montañas de arena
para llegar hasta él. Tal vez si esperaba a que la noche cayera, su luz podría
indicarle el camino.
Texto: Rosa Muro @pink_wall
Nota: Queridos pupileros, nos tomamos unas semanas de descanso estival bloguero. Gracias a todos por estar ahí y animarnos a seguir. Continuad dejando volar la imaginación y mantened las pupilas bien abiertas para no perderos ni un detalle y contárnoslo cuando volvamos. ¡Nos vemos y leemos en nada!
Rosa y Fran.