lunes, 28 de abril de 2014

PEQUEÑO ROMANCE

Fotografía: Fran Gala @erfran72


¡Saludos, pupiler@s! 
Ya estamos de vuelta de las vacaciones de Semana Santa. Hoy retomamos nuestra serie de colaboraciones de otros escritores diferentes de Rosa Muro (@pink_wall), nuestra escritora habitual. En esta ocasión os mostramos el trabajo de una contadora de historias de excepción, Mercè Roura. Le hemos brindado una de las fotografías de Fran Gala y partiendo de esa imagen nos va a sumergir en ese mundo maravilloso que sólo ella es capaz de crear. Esperamos que disfrutéis de su pluma dulce, delicada y cargada de sentimiento. Si os quedáis con ganas de más os animamos a que la sigáis en su blog mercerou.wordpress.com, donde podréis disfrutar de todas sus historias, que están cargadas de sabiduría, belleza y atracción y detalles. Os dejamos con su relato:



Ella le quería. No preguntéis por qué ni cómo. No hay razones para quedarse prendido de alguien como un broche de alfiler y esperar a que te mire aunque no te vea. No hay que buscar sentido en lo que no tiene sentido ni lógica en lo que se mueve por ansia. Su amor era gigante. Su desespero era rotundo. Aquel amor inesperado ocupaba sus pensamientos y golpeaba su pecho una y otra vez para recordarle que era imposible, que tras la puerta de la realidad se ocultaba la fea cara de la indiferencia.

Ella le encontraba sin buscarle. Por no molestar, ni exhibir un amor loco que cansaría al más paciente de los amantes, incluso a ella la agotaba tanto amor concentrado en su pequeño cuerpo ávido de caricias. Y paseaba con su vestido rojo para intentar impactar, atravesar sus neuronas y llenar sus entrañas huecas...

Ella le adoraba mientras él remoloneaba para distinguir entre el deseo y el sueño, entre la pasión y la vida... Entre amar o seguir bailando sin mirar el reloj. Ella esperaba en un rincón de su vida, con los ojos abiertos para no perder detalle y los labios rojos deseando cruzar sus labios y dibujar el más tibio de los besos, el más ronco de los jadeos, la más fuerte de las embestidas...

Ella era sal y él un cuerpo insulso tirando a dulzón, un dulce de artificio que ella conocía, que ella intuía era falso... Le mentía cuando fingía escucharla. Le mentía cuando le decía que le importaba... Sencillamente le gustaba tenerla para no tenerla y saber que ella le amaba para no amarla...

Ella era mar y él roca con aristas cortantes. Ella le acariciaba con sus palabras y él laceraba sus defensas con sus miradas. Ella sabía que él no merecía sus besos ahogados con lágrimas. Él a veces parecía querer sucumbir y dejarse querer y otras rasgaba sus intentos de cariño con sus garras afiladas. 

Ella se dormía pensando que mañana quizás o tal vez nunca. Él no dormía nunca. Convertía las noches en madrugadas y los días en aletargados monólogos que ella escuchaba con ganas, esperando darle una respuesta que llenara sus fauces voraces y encontrar una palabra para llegar a su corazón de piedra.
Ella quería ser otra para que él la deseara. Él hubiera querido que fuera otra para poseerla.

Ella era una luna con halo rojo y él un sol cercano que quema y que araña. Ella era sauce lloroso y caído. Él era una hiedra que trepaba hacia mil ventanas. Nunca la de ella, nunca esta noche es la noche. Nunca esta mañana es la mañana. Ella quería ser hermosa y él disfrutaba ignorándola...

Él la miraba de reojo y ella siempre se enfrentaba a su rostro y le aguantaba la mirada... Conocía todos sus guiños y los mil caminos que le surcaban la cara. Era casi rudo, casi hermoso, casi dulce, casi de todo y en poco de nada... Y de todas formas le amaba. Porque el amor no se escoge.

Él siempre pensaba en sí mismo primero y ella, cuando se acordaba de que existía, también pensaba en ella misma.
Pasaban los días y él era aún la roca afilada y ella aún esa ola que lo acariciaba e intentaba erosionar sus defensas... Por si el amor llega. Por si un día está tan solo que se les escapa un abrazo y prueba un beso.

Y pasaron cien años y la roca permanecía inalterable y el amar aún danzaba sin parar... Ella se vestía de rojo aún por si él se daba cuenta de que existía y él nunca la miraba, nunca.

Hacía cada vez más frío y la calle cada día parecía más estrecha. En algún punto tendrán que encontrarse nuestros cuerpos cansados, pensaba. En algún momento, se decía, necesitará morar en mi piel porque no le quedará otra piel donde pasar la noche y llegar a la madrugada.

Y cuando alguien le preguntaba por qué, ella siempre decía que no tenía ninguna razón más que el puro delirio de soñar que sucedía... Y que estaba cansada y que ya no podía... Que cada día se levantaba por si acaso y cada noche se prometía no volverlo a intentar.

"Es que me necesita tanto y no lo sabe... Yo me conformo con quererle y él se conforma con que le quiera".

Texto: Mercè Roura @merceroura

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