lunes, 11 de noviembre de 2013

EL SUEÑO DEL CISNE

Fotografía: Fran Gala @erfran72


No se había planteado que aquel trabajo en el restaurante pudiera resultar tan duro. El dolor de pies le está mortificando. Se baja de la bicicleta con gesto cansado y la apoya en la pared, cerca de su ventana, para poder vigilarla bien desde el interior. Ya le ha "desaparecido" tres veces este mes, pero milagrosamente siempre vuelve a ella. Entra en casa cerrando de un golpe la puerta del sótano que tiene alquilado y se tumba, sin quitarse el uniforme, en el viejo sofá-cama. Hay un  muelle suelto en el asiento que le está destrozando la espalda pero se encuentra tan agotada que cae rendida casi al instante.

Su cuerpo se relaja y comienza el viaje. Todas las noches a la misma hora. Justo cuando la luna ya se ha lavado la cara y las estrellas le adornan el pelo. Es precisamente entonces cuando los sueños saltan desde su camastro y con pasos cortos pero firmes se pierden entre callejas de anhelos. Siempre le ha gustado soñar despierta, pero la noche tiene esa magia que hace los sueños más alcanzables. Todos los imposibles se convierten en posibilidades después de que caiga el sol.

Sueña que es bailarina. Una bailarina de las de verdad, de las de falda de tul, pelo recogido en un moño bien tirante y los dedos de los pies deformados de tanto echarle pasión a la vida. Una bailarina de las que dejan deslizar lágrimas por sus mejillas mientras gira y gira cuando muere el cisne. De esas que no consiguen sacar las manchas de sangre que la búsqueda de la perfección deja en sus zapatillas de ballet.

Sueña que además es buena en lo suyo. ¡Qué digo buena! Es realmente excepcional. El público la aplaude, enfervorizado y puesto en pie, justo antes de que caiga el telón. Y ella, de puntillas todavía al acabar la función, saluda una y otra vez, buscando ansiosa entre reverencia y reverencia la presencia cómplice de él en el patio de butacas. Y llega el mejor momento de la noche, cuando sueña que los ojos de ambos se encuentran. Es un cruce de miradas que dura sólo un instante. El instante justo para que las luces del teatro se apaguen y el público enmudezca. De pronto están ellos dos solos en medio de la multitud. 

Pero los sueños no crecen así como así. Por suerte o por desgracia se alimentan de realidad. Así que cada mañana ella despierta, se pone el uniforme y se recoge el cabello en un moño. Bien tirante, eso sí.  Pedalea hasta el restaurante mientras desgrana lo que su mente ha imaginado horas atrás y sonríe. Algún día se convertirá en cisne. Y él, extasiado desde su asiento, la verá morir bailando. Sus miradas, al fundirse en una sola, harán estallar los focos del teatro en mil pedazos. Si eso no ocurre algún día, sucederá al menos una noche más. Esa misma noche sin duda. Y todas las noches del resto de su vida. 


Texto: Rosa Muro @pink_wall

2 comentarios:

  1. Me ha encantado Rosa y vuelvo a cerrar. Los ojos y me encuentro en el 4eal, viéndola bailar. Y después, me veo en esa bicicleta, pedaleando por Pamplona, camino del trabajo. Sólo hay una diferencia, mi sueño es otro. Preciosa fotografía, gracias.

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    1. A ver si un día te animas y nos cuentas ese sueño, Julián. Nos alegramos mucho de que te haya gustado. Un abrazo!

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